La muerte de Alfredo Duarte, repartidor asesinado en el barrio San Francisco, de Asunción, no puede considerarse un hecho aislado ni un simple caso policial. Se trata de un signo de alarma que revela el desmoronamiento de un modelo de integración urbana que fue presentado en sus inicios como prototipo de transformación, pero que en la actualidad se está convirtiendo en una zona de exclusión.
El crimen, presuntamente cometido por un adolescente en un aparente rito de iniciación delictiva, expone también el creciente proceso de formación de guetos en la periferia de Asunción. El caso no es el único: hace apenas un mes, en el barrio San Cayetano, otro joven murió tras un asalto frustrado a repartidores de mercaderías. Estamos asistiendo a una preocupante escalada de la violencia juvenil.
Lo venimos hablando en sucesivos editoriales. La capital del país está acordonada por asentamientos precarios, que se convierten en territorios sin ley, donde ni la policía puede ingresar sin riesgo, y donde los deliverys evitan entrar porque saben que no hay garantías.
La solución no pasa únicamente por llenar las calles de uniformados ni por medidas reactivas cada vez que ocurre una tragedia. Es necesario un abordaje integral, que devuelva dignidad a estos territorios: educación, empleo, acceso a servicios, prevención de adicciones, acompañamiento a las familias.
Las pandillas están ganando terreno y ese es un peligroso camino sin retorno, donde la violencia avanza en progresión geométrica.
Asunción no puede seguir creciendo rodeada de barrios excluidos, marcados por la violencia y el miedo. La seguridad no se resuelve solo con patrullas: se construye con oportunidades. Y se pierde cuando permitimos que territorios enteros se hundan en el abandono.