El crecimiento urbano avanza en diferentes regiones de nuestro territorio. Lo preocupante es que este desarrollo en muchas ocasiones ocurre sin un correlato serio en materia de seguridad estructural y protección contra incendios. Las ciudades, cada vez más densas y verticales, exigen regulaciones a la altura de los desafíos que conlleva vivir en torres de varios pisos. Lamentablemente, una de nuestra característica como sociedad es que seguimos postergando la actualización de normas fundamentales que podrían salvar vidas.
La tragedia de Ycuá Bolaños permanece como una herida abierta en la memoria colectiva de nuestro país. Más de 400 vidas se apagaron aquel fatídico 1 de agosto de 2004, producto de una cadena de negligencias que comenzó en el diseño del edificio, pasó por la falta de controles y culminó en la ausencia total de protocolos de emergencia. Dos décadas después, Paraguay sigue sin aprender del todo la lección: el crecimiento urbano y vertical de nuestras ciudades avanza más rápido que nuestra capacidad de prevenir y proteger.
Asunción y varias capitales departamentales muestran hoy un auge de edificaciones en altura. Pero mientras los edificios se elevan, las normas de seguridad siguen ancladas en el pasado. Lo advierte con claridad el ingeniero Guillermo Cáceres, máster en protección contra incendios, en una entrevista que se publica hoy en nuestra página: los códigos locales están desactualizados, los controles institucionales son insuficientes y los riesgos aumentan proporcionalmente al número de pisos.
En los edificios de gran altura, los incendios tienen un comportamiento distinto: el acceso para los bomberos es más difícil, las rutas de evacuación deben estar perfectamente planificadas y la coordinación humana es clave. La ausencia de sistemas de rociadores automáticos certificados y mantenidos, la falta de escaleras presurizadas o de voceos de emergencia, y la entrega de habilitaciones sin pruebas funcionales completas son errores que pueden costar vidas.
El reciente derrumbe de un edificio en construcción en Encarnación, que se llevó dos vidas, confirma que el problema no es solo normativo, sino que estructural: falta control, falta fiscalización, y falta decisión política para sancionar las irresponsabilidades. ¿Qué habría pasado si el siniestro ocurría en horario laboral, con obreros trabajando? Lo cierto es que esa obra, como muchas otras, avanzaba sin las condiciones mínimas de seguridad.
La prevención debe estar en el corazón de cada proyecto desde el momento mismo del diseño. No se puede seguir improvisando en cuestiones donde está en juego la vida humana. Las autoridades municipales y nacionales deben actualizar con urgencia las normativas, hacerlas cumplir y sancionar con firmeza su incumplimiento.
Se requieren inspecciones anuales, simulacros periódicos, formación constante y sistemas certificados en pleno funcionamiento. Las edificaciones de altura tienen que tener una base sólida de responsabilidad y cultura preventiva, sin estos elementos lo que vamos construyendo no son edificios, sino tragedias en potencia.