Santiago Peña inició su tercer año de Gobierno. Se escucharon y leyeron todo tipo de opiniones en la evaluación de sus dos años de mandato. En una descripción rápida, las posturas se dividieron, mayormente, entre los gritos apocalípticos y las visiones excesivamente optimistas.

La Tribuna considera que el momento presidencial, así como otros vividos desde 1989, forman parte del proceso en el que Gobierno y gobernados deben asumir que la democracia exige, por igual, derechos y obligaciones. ¡Y eso se está haciendo difícil! Más aún cuando las “primaveras democráticas”, prácticamente inexistentes en nuestra historia nacional, han dificultado la construcción y consolidación de un ambiente social responsable y de un verdadero Estado de Derecho.

Una de las críticas hacia Peña se centró en sus viajes al exterior. Nosotros, en cambio, sostenemos que esa es una de las vías más eficaces para promocionar al país como destino de inversión y como atractivo turístico aún por descubrir. Existe una legítima prioridad por captar inversiones, y ese capital circula en el mundo. Con mayores recursos, y un manejo más eficiente, podrán paliarse las deficiencias históricas en educación, salud y obras públicas.

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En cuanto a la corrupción y al nepotismo, que persisten, la responsabilidad es casi colectiva. Gran parte recae sobre la dirigencia política, y corresponde a la Justicia sancionar las denuncias que se presentan. Se sabe que la corrupción es un vals que se baila de a dos, y que el nepotismo no tiene color partidario. Basta citar lo que ocurre en los municipios de Asunción y Ciudad del Este, administrados por partidos diametralmente opuestos.

No somos de santificar la macroeconomía, pero vale señalar que Peña asumió su mandato después de la pandemia, que provocó en Paraguay una contracción de su Producto Interno Bruto (PIB). Este indicador se estima cerrará con un crecimiento del 4,4 % en 2025. Quizás por eso, el Presidente aseguró en X: “Hemos avanzado mucho y aún falta mucho”.

Nuestra historia como prensa, desde 1925, nos obliga a ser coherentes. Por ello, ignoramos los extremos: ni el pesimismo enfermizo nos seduce, ni tampoco el canto de sirena del optimismo desmedido. Los avances están probados; el crecimiento se confirma por las obras y la producción existentes. Sin embargo, como bien reconoce el Ejecutivo, “aún falta mucho”.

Justamente en ese “aún falta mucho por hacer” se concentra el desafío. Ese hacer compromete tanto a lo público como a lo privado. Para saldar las deudas sociales será necesario apelar a la sabia sensibilidad. La madurez equilibrada debe acompañarnos para admitir lo bueno y señalar lo malo.

La Tribuna, como hace 100 años, seguirá levantando la bandera de la esperanza, alentando y fortaleciendo lo correcto, y buscando, mediante la crítica, corregir lo indebido. Las campañas deliberadas, a favor o en contra, casi siempre concluyen en frustración e instalan depresión social, convirtiéndose en parte del problema. Ese no es nuestro camino.