Hace algunos años atrás un medio televisivo tuvo acceso al penal de Tacumbú para entrevistar al capo narco brasileño Jarvis Chimenes Pavao. La nota se vendió como «exclusiva» y fue facilitada por la entonces representante legal del mencionado traficante, Laura Casuso, quien un par de años después murió acribillada a balazos en la ciudad de Pedro Juan Caballero.
Días después, otro medio televisivo hacía su ingreso al mismo lugar y para entrevistar a la misma persona. La nota apareció en el horario central del noticiero con más puntos de rating.

Como si fuera un chiste de mal gusto, un programa periodístico de otro canal presentó ese fin de semana su propia «exclusiva», con la diferencia de que la nota no era grabada como las demás, sino que tenía el «condimento especial» de ser «en vivo».
A esas alturas, Jarvis Chimenes Pavao ya era toda una estrella de rock y los espectadores asistían a una chabacana competencia por la «primicia» de entrevistar al narcotraficante que ponía en vilo al gobierno de aquel entonces. Lo que pasó después ya lo sabemos.

Algo similar ocurrió con el nefasto «Marcelo Piloto», quien un día antes de asesinar a sangre fría en su celda de la agrupación especializada a una mujer para evitar así su extradición al Brasil – algo que finalmente no se concretó – también concedió una «exclusiva» que se vendió como pan caliente. Todo lo citado nos conduce al punto en el que nos encontramos ahora: Uno de los temas del momento es la polémica entrevista que un medio uruguayo realizó a Sebastián Marset, supuestamente en territorio paraguayo. Una vez más la nota se volvió a presentar en el «prime time».
Con esto, no queremos desacreditar ni poner en entredicho ningún trabajo periodístico, pero si llamar la atención con respecto a la farandulización y romantización de una actividad manchada de sangre, muerte y suma crueldad.
En pos de la exclusiva y los «números», los medios de comunicación presentan a narcos como verdaderas personalidades, por lo que no es de extrañarse que además de que la actividad penetre los tejidos de la sociedad – incluyendo la política -, se convierta en el aspiracional de jóvenes que sueñan con el dinero fácil y la fama fácil.

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En tiempos acelerados y vertiginosos, deberíamos parar un rato la pelota e interpelarnos a nosotros mismos: ¿En qué momento hemos perdido la ética y decidimos presentar como rockstars o Robin Hoods a estos personajes que destruyen vidas y sueños? ¿Será que la guerra por el ráting puede más que la función social de educar que tienen los medios de comunicación?

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