Paraguay no puede permitirse llegar tarde, otra vez, a una revolución que ya comenzó. La inteligencia artificial (IA) está transformando el mundo, y si queremos que esa transformación sea una palanca para nuestro desarrollo y no una nueva forma de dependencia, el primer paso urgente es integrarla de manera proactiva en el sistema educativo.
Se habla mucho de los riesgos y beneficios de la IA, pero en Paraguay debemos mirar más allá del debate global. Debemos preguntarnos: ¿cómo convertimos esta herramienta en una aliada para formar una generación de paraguayos que no solo use la tecnología, sino que la entienda, la cuestione y —por qué no— la cree?
Familiarizar a nuestros niños, niñas y adolescentes con el lenguaje, funcionamiento y potencial de la IA es una inversión de largo plazo. No se trata solo de usar plataformas digitales que personalicen el aprendizaje —aunque son un avance—, sino de fomentar desde la escuela una cultura científica, tecnológica y crítica que nos permita crear nuestros propios modelos, adaptados a nuestra realidad y necesidades.
Porque Paraguay tiene inteligencia: jóvenes talentosos, docentes comprometidos, técnicos innovadores. Lo que nos falta es una visión de país que articule ese potencial en un ecosistema educativo preparado para el siglo XXI. Un país que apuesta por la IA como herramienta de progreso, bienestar y seguridad debe empezar por educar a su gente para que no solo consuma tecnología, sino que la piense, la construya y la regule.
La IA no es solo un asunto de ingenieros. Es un desafío ético, social y político. Y es, sobre todo, una oportunidad. Pero solo será oportunidad si actuamos ahora, con políticas públicas claras, inversión sostenida, formación docente y equidad digital. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que la IA profundice las brechas existentes y de que la “intelligentia” paraguaya termine al margen del nuevo orden global.