La pugna izquierda/derecha, con mucho ruido y pocas nueces

A juzgar por los resultados, las disputas ideológicas resultan un poético pretexto para que los gobiernos electos puedan convivir con impunidad en un ambiente de alta corrupción. Los distintos presidentes que dicen ser de derecha o izquierda, o viceversa, no están brindando más calidad de vida a la gente. Al contrario, el estándar de confort cayó. Lo que consiguen es una polarización en parte del electorado, pero los beneficios socioeconómicos, como mínimo, resultan insuficientes.

Las recientes elecciones en Brasil son un ejemplo de una realidad que viven varias naciones del continente. La sociedad brasileña hoy está profundamente dividida. Por un lado, están quiénes deliran por el retorno de Lula, salvado de tres denuncias de corrupción. Por otro lado, están quienes alucinan por un presidente que perdió, y cuya gestión está manchada de fuerte sospecha de malos manejos.


Algo similar sucedió en Chile en la campaña entre el socialista Gabriel Boric y el derechista José Antonio Kast. El fervor inicial por los profundos cambios anunciados, hoy contrasta en una bajada rápida en la popularidad del ganador. Lo mismo sucede en Colombia. Allí el ex miembro del M-19, Gustavo Petro, derrotó al independiente Rodolfo Hernández. La efervescencia creada, actualmente se va apagando, rápidamente. En ninguno de los casos, la corrupción está siendo atacada en serio.

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En Argentina, Mauricio Macri se pasó de revoluciones hablando contra la izquierda, pero tampoco resolvió el cáncer de la corrupción. Hoy quienes gobiernan en nombre de la izquierda, la dupla Fernández/Kirchner, está super embarrada en el lodo, como cualquiera de los otros gobiernos del continente. Lo que sucede en Perú, con Castillo, está dentro de las generales de los casos citados.


Lo que pasa en América Latina, donde supuestamente una ideología sobre la otra es la mejor, suena más a un bastardeo electoral. Ningún gobierno, sea del extremo que sea, observó en serio la causa/raíz de la pobreza, que es la corrupción. Otro detalle es que la campaña polarizada al extremo, concluye después con congresos donde el ganador es minoría. Eso se refleja con Castillo en Perú, Boric en Chile, Petro en Colombia, y ahora con Lula en Brasil.


El caso paraguayo tiene su propia peculiaridad, que se inicia con el principal partido del país, donde sus dirigentes hacen, a la vez, de oficialistas y opositores. Agravada por una oposición, en alto porcentaje, de más de lo mismo. Encima, en la administración actual, la corrupción pública disparó alentada por un presidente enclenque, que ni siquiera tiene control sobre su entorno, y que encima busca tapar su espalda, luego del 2023, colocando a un servil en la Fiscalía General del Estado.


Los Estados Unidos tienen la mirada muy adelantada. Por eso, crearon la coordinación Global Anticorrupción, a cargo de Richard Nephew, que depende del mismo Departamento de Estado. Es que la corrupción, en cada gobierno, goza de la mejor salud. Todo eso porque no hay rendición de cuentas, y porque se crean adrede colchones de fanáticos de izquierda y derecha. Guste o no, la sombrilla hoy de traficantes, lavadores y terroristas son los gobiernos corruptos, sean ellos de izquierda o de derecha.