Miguel Martín Merino, educador y escritor español, dejó una profunda huella en Paraguay al fundar instituciones educativas y aportar al pensamiento desde la literatura. Su obra «Andrógino» condensa reflexiones filosóficas y teológicas sobre la dualidad humana, escritas con sabiduría y estilo claro. Esta reseña repasa su legado, su visión del país y el valor vigente de su pensamiento en tiempos de búsqueda de sentido.

Querido lector, a veces olvidamos que una gran nación, un gran país, como, por ejemplo, Paraguay, puede haber sido construido también con lo mejor de sus extranjeros: con su esfuerzo, tesón, voluntad, amor, entusiasmo, experiencia y conocimiento; sí, a veces olvidamos eso, que una nación constituye un crisol de culturas diversas y variadas, una colorida amalgama de maneras de sentir la vida y de ver el mundo desde múltiples ópticas. Creo que tenemos que ser justos y agradecidos. Paraguay, como muchos otros países, sino la mayoría, tiene sangre extranjera, pero sangre extranjera de verdad, con su carne y sus huesos, con sus fibras y tejidos, con sus aventuras y desventuras.

Ciertamente hay muchas razones para venir a otro país: la búsqueda de experiencias, la posibilidad de hacer acopio de vivencias y anécdotas, el deseo de conocer otras culturas, el anhelo de buscar otras identidades que puedan enriquecer la autóctona, la ilusión de encontrarse con otras personas con costumbres y raíces diferentes, la necesidad de huir de guerras y conflictos, la tristeza de tener que escapar del hambre y la miseria y otras plagas o, como en mi caso, la apuesta por la certidumbre de un amor verdadero con una mujer de otra cultura: la paraguaya.

Unite al canal de La Tribuna en Whatsapp

Yo vine al Paraguay por amor desde Europa, y finalmente decidí quedarme en él por ser un país bendecido de mil maneras diferentes: por sus gestas y glorias, por su valentía y heroicidad, por sus bondades en cuanto a flora y fauna, por sus gentes afables y hospitalarias, por su abundancia sempiterna, por sus mitos, leyes, costumbres y tradiciones, por su clima, por su tierra colorada, en fin… vine a un paraíso, a una Tierra sin Mal forjada con el carácter guaraní y llena de seres mitológicos maravillosos. Todo eso, gracias, al amor. Sin embargo, hay otros extranjeros que no vinieron guiados por el amor o tras el amor de su vida, sino que vinieron expresamente llevados por un sueño: el sueño de construir y de hacer patria en un país que en principio no era suyo.

¿Quién fue Miguel Martín Merino?

Tal fue la circunstancia vital de un hombre, mejor dicho, de un gran hombre con una bolsa llena de proyectos, inquietudes, entelequias y quimeras, un hombre que vino desde España con toda su familia trayendo en esa bolsa un proyecto maravilloso y glorioso: el de la Educación. Ese hombre era un castellano de pro llamado Miguel Martín Merino. Don Miguel llegó a Paraguay en la década de los 70 con su esposa, doña María Luisa Puertas, y con sus hijos pequeños Julio, Gonzalo y Nuria, para hacer realidad ese sueño de oro de construir una institución de educación superior que amalgamase el amor por el conocimiento con el amor por los deportes, y lo consiguieron. No obstante, los comienzos, como suele suceder en la vida real, no fueron fáciles.

Después de sortear esfuerzos y obstáculos de toda índole que se les pusieron en su camino, y después de mucho batallar contra molinos de viento y de arduo trabajo desde el amanecer hasta el anochecer, don Miguel y doña María Luisa lograron fundar el 3 de abril de 1977 la Escuela Superior de Administración de Empresas (ESAE) en respuesta a la creciente necesidad de profesionales especializados que demandaba el país en esos años. Y con el tiempo, sin parar de trabajar y sin cesar en el empeño de ir creciendo y prosperando e ir construyendo un país mejor a través de la educación, don Miguel, doña María Luisa y sus más cercanos colaboradores, pudieron lograr convertir ESAE en la imponente Universidad Autónoma de Asunción (UAA) que es hoy en día, la cual comenzó su andadura en 1991 con reconocimiento del Poder Ejecutivo mediante decreto Nº 1165 del 14 de noviembre de 1991.

Don Miguel y doña María Luisa decidieron volcar su experiencia universitaria en una institución sin fines de lucro que sería la obra más importante de sus vidas, aportando los recursos materiales, intelectuales y humanos a su alcance para su creación, puesta en marcha y desarrollo a través de los años. Pero don Miguel Martín Merino, además, no solo fue un hombre visionario y cargado de sueños, sino un hombre muy culto y leído, y un gran profesor que ejerció la docencia universitaria en España, Ecuador y Paraguay.

Él obtuvo el título de doctor en Derecho y en Ciencias Económicas en la Universidad Complutense de Madrid (España) además de un Master en Business Administration en la Universidad de Harvard. Esto le permitió adquirir no solamente una extraordinaria formación humanística, sino las herramientas jurídicas y empresariales que le permitiesen crear primero y dirigir después una institución de carácter superior.

El profesor Miguel Martín Merino impartió las materias de Teoría Económica y Hacienda Pública en la Universidad María Cristina de El Escorial (Madrid, España), Estructura Económica, Comercio Exterior e Integración y Sistemas Económicos Comprobados en la Universidad Central del Ecuador (Ecuador) y materias relacionadas con la economía, el comercio y la contabilidad en ESAE.

Y aún hay más, don Miguel tenía otra faceta como intelectual: la de escritor, y como tal escribió dos tipos de libros: los propios como profesor y especialista en Derecho y Economía, y los literarios directamente salidos de su creatividad como autor de ficción.

Los literarios nacieron la mayoría de las veces (o fueron producto) de su formación universitaria recibida de manos de los agustinos. Por lo tanto, don Miguel tenía un conocimiento impresionante en las disciplinas de filosofía y teología, de las cuales no desligó jamás al recurrir a ellas en la producción de sus obras literarias.

Andrógino: filosofía, teología y dualidad

Uno de los libros más destacados a este respecto fue Andrógino, publicado en el año 2001. Un libro muy interesante en el que volcó toda su experiencia de vida y una sabiduría adquirida en ella con el paso de los años.

Cuando yo tuve el honor de conocer a don Miguel y de charlar plácidamente con él en nuestras habituales tertulias literarias en su residencia de Asunción, este me habló en una ocasión de lo que era su obra Andrógino en esencia. Andrógino, me dijo, es (parafraseo), sobre todo, una obra que compendia textos o escritos que están basados en los recuerdos y vivencias del pasado en la España que lo vio nacer.

Y con relación al interesantísimo como extrañísimo título, don Miguel me refirió algo que está recogido sin falta en su libro: “La palabra “andrógino”está formada por otras dos, ambas de origen griego, unidas espontáneamente: aner, andros, varón; y giné, és, mujer (…). No son dos piezas ensambladas, ni dos cuerpos que se amalgaman cuando se casan. Son dos realidades separadas, sin que ninguna valga más o esté mejor terminada (…). Son dos “entes” individualizados que están mejor o peor dotados para un determinado “trabajo”.

Por lo tanto, la diferencia entre ambos es sustanciosa, no per accidens, y tiene que ver solamente con el “rol” o “función” de cada cual, no con la sustancia en sí, ni con la personalidad”.

Esta explicación sobre el vocablo “andrógino” es muy sintomática porque empieza a develar los derroteros hacia los que apunta su libro y la sustancia reflexiva que lo va a definir: una sustancia esencialmente filosófica y teológica al más puro estilo agustino. Y como el vocablo “andrógino” está formado, en palabras de don miguel, por dos “formas que son de lexo distinto”, podríamos sostener que el número dos (o la dualidad) va a proyectarse en muchas de las reflexiones de que consta el libro, 34 reflexiones llenas de sabiduría nacidas a partir de una filosofía personal e íntima arraigada en la experiencia vital de su autor en las que el número dos ocupa un lugar esplendente.

El número dos, por lo tanto, es la base del logaritmo binario, el único número, además del uno, que da igual resultado si se multiplica por sí mismo o si se eleva a sí mismo. Asimismo, el dos es el número atómico del helio.

Además, dos son las partes en que está divido el cerebro humano, y en algunas corrientes filosóficas y teológicas se habla de dos principios fundamentales que derivan en un sistema binario o dual: el bien y el mal, la materia y el espíritu, el orden físico y el orden moral, el idealismo y el realismo, lo religioso y lo racional, etc.

Por otro lado, en la simetría biteral, especular o de reflexión de los seres humanos o animales, puede hablarse del plano sagital, que divide al cuerpo en dos mitades (derecha e izquierda), del plano frontal, que lo divide en las partes dorsal y ventral, y del plano transversal, que lo divide en las partes anterior y posterior.

El legado literario de un educador español en Paraguay

No olvidemos tampoco que los filósofos pitagóricos consideraban el número dos como representación o manifestación de la pluralidad en relación con un creador (1) y la creación (2), pluralidad que abarca los principios contarios: masculino y femenino, cielo y tierra, luz y oscuridad, etc., y estos principios contrarios me hacen pensar, adicionalmente, en los binarios opuestos del estructuralismo como episteme que puede dividir una unidad en dos partes o estructuras binarias o pares mínimos, tales como: frío-calor, crudo-cocido, alto-bajo, blanco-negro, guapo-feo, etc.

Si nos adentramos en la poesía, querido lector, estoy seguro que te vendrá a la mente ese poema singular de Roberto Frost titulado El camino no elegido en el que el poeta norteamericano, en cierto modo, plantea la vida como una elección dual constante representada en forma de dos senderos físicos y tangibles, dos senderos que representan simplemente alegóricamente dos opciones que llevan a dos destinos o a dos circunstancias particulares. De este modo Frost explica lo que es la vida o lo que puede ser la vida como un sistema dual de elecciones libres y voluntarias no exentas de riesgo.

Dos caminos se abrían en un bosque amarillo,
y triste por no poder caminar por los dos,
y por ser un viajero tan solo, un largo rato
me detuve, y puse la vista en uno de ellos
hasta donde al torcer se perdía en la maleza.

Andrógino es una obra en la que la dualidad es, así pues, la protagonista de todas esas reflexiones que lleva a cabo Miguel Martín Merino, y en la que la dualidad se ve reflejada en títulos como Tiempo y espacio, El amor y la vida, Servicio y sacrificio, Augustinus: cuerpo y alma, Guerra y paz, Las gallinas y los tordos de Nerón, La reja y la vertedera, Unidad y diversidad, Deus-Homo (Dios y Hombre), ¿Loro o lora? Todas estas reflexiones poseen una enseñanza útil y provechosa para la vida, al igual que los refranes recogidos en la paremiología tradicional o en las fábulas de Esopo, Iriarte o Samaniego. La coda o “conjunto de versos que se añaden como remate a ciertos poemas” es una excelente manera de volcar en Andrógino algunas de esas enseñanzas útiles para el cuerpo y el alma.

CODA

Si es que puedes llegar,

Nunca debes dejar de andar.

Hazlo así y serás feliz;

¡Más de lo que puedas pensar!

Si puedes, mi querido lector, sé listo y lee Andrógino, porque muchas de las cosas que leas podrás aplicarlas a lo largo de esas espinosas vicisitudes y coyunturas que plantea a veces la vida diariamente y, encima, podrás gozar de un estilo claro y ameno que te ayude a olvidar, aunque sea temporalmente, la cruda realidad que te circunda y los problemas que te aquejan.

LEA TAMBIÉN: Josefina Plá y las mujeres de sus cuentos

_____________________________

Escribe: José Antonio Alonso Navarro | Doctor en Filología Inglesa por la Universidad de La Coruña (España) | Crítico literario de La Tribuna