Paraguay es reconocido por su pujante agricultura, un sector clave que históricamente ha sido pilar de la economía nacional. Los commodities agropecuarios –soja, maíz, trigo, carne, yerba mate, entre otros– generan divisas importantes. Sin embargo, las condiciones actuales invitan a dar un salto de escala: pasar de exportar principalmente materias primas a transformarlas localmente.
El procesamiento industrial de nuestros productos agrícolas tendría un impacto económico notable, creando más empleos y aumentando los ingresos fiscales del país.
El sector agroindustrial (que incluye tanto la producción primaria agropecuaria como su procesamiento industrial) ya aporta una fracción sustancial de la economía paraguaya. Datos oficiales muestran que, sumando ambas etapas, este complejo agroindustrial “ampliado” representó en promedio cerca del 24% del PIB nacional en la última década.
Solo la agricultura y ganadería en fase primaria explican alrededor del 11–12% del PIB en años recientes, por lo que la industrialización de esas materias primas añade otros puntos porcentuales importantes. En términos de empleo, la industria manufacturera en su conjunto (gran parte vinculada al agro) genera aproximadamente 310.000 puestos de trabajo, contribuyendo con ~20% del PIB.
Un estudio del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) ya destacaba que, considerando también los empleos indirectos, cerca del 60% de la fuerza laboral paraguaya depende de alguna manera del sector agroindustrial.
Estas cifras evidencian que buena parte de la economía y del empleo nacional gira en torno a la producción agropecuaria y su potencial cadena de valor. No obstante, queda mucho potencial por aprovechar. Paraguay continúa exportando principalmente productos en estado bruto y comprando bienes industrializados. De hecho, los principales rubros de exportación del país siguen siendo soja, carne bovina, maíz, aceites vegetales y otros bienes agropecuarios básicos, mientras que importamos maquinaria, vehículos, aparatos eléctricos y químicos.
Este patrón refleja la necesidad de invertir en mayor transformación local. Un dato ilustrativo: según la Cámara Paraguaya de Procesadores de Oleaginosas (CAPPRO), en 2024 el valor conjunto de las exportaciones de productos industrializados de la soja (aceite, harina, cascarilla) equivalió apenas al 24% del total generado por la soja. Es decir, hoy cerca de tres cuartas partes del valor de nuestra soja provienen de vender el grano sin procesar, lo que implica dejar escapar un enorme valor agregado que podría capturarse puertas adentro.
Esa agricultura centrada en labrar la tierra obteniendo materias primas, debe pasar al estado de acción haciendo florecer la industria. Con una buena agenda de marketing se podrá instalar un rostro país que mecaniza los commodities. Debe sacarse mayor provecho a la oportunidad global ejecutando dicha actividad, que como secuela elevará el crecimiento y el desarrollo.
El valor agregado sobre la materia prima repercutirá aún más sobre el Producto Interno Bruto (PIB). El futuro económico siempre estará en la creación de alimentos, pero la sustentabilidad también pasa por su industrialización. La mayor producción fabril diversificada abrirá fuentes laborales y moverá con agilidad la economía de arriba para abajo.
Paraguay tiene ante sí una oportunidad histórica de dar este paso adelante hacia la agroindustrialización. La tierra guaraní produce con excelente rendimiento y calidad, atributos muy apetecibles en el mercado global.
Cada vez más, sin embargo, los consumidores y compradores internacionales demandan no solo materias primas, sino productos con procesamiento, trazabilidad y valor agregado.
Esto obliga a que nuestra agricultura –tradicionalmente enfocada en la exportación en bruto– evolucione hacia una agroindustria moderna. Ya se observan avances en ese sentido: el país cuenta con plantas aceiteras, frigoríficos, molinerías y otras industrias que comienzan a mecanizar nuestros commodities.
Incluso el Banco Central del Paraguay proyectó que en 2025 la agroindustria sería uno de los principales motores del crecimiento, aportando alrededor de 0,7 puntos porcentuales al PIB estimado.