La historia ha demostrado con absoluta claridad que no existe un secreto ni atajo para alcanzar el desarrollo de una nación: el único camino verdadero y sostenible es la educación. Así lo evidencian países como India y China, hoy potencias globales, que lograron transformar su realidad a partir de profundas reformas educativas.
Cuando decidieron colocar la educación como eje estratégico de sus políticas públicas, iniciaron un proceso de crecimiento económico, innovación y mejora de la calidad de vida que sigue teniendo su efecto, proyectándose en el tiempo.
Paraguay, en cambio, se encuentra en una encrucijada. Nuestro país ha logrado avances en la cobertura escolar, pero sigue arrastrando una grave crisis educativa que compromete el futuro.
Las cifras son elocuentes: el promedio de años de estudio de la población mayor de 15 años es de apenas 9,9 años, con una brecha alarmante entre zonas urbanas y rurales. Además, más de una cuarta parte de los adolescentes ya no asiste al colegio desde los 15 años, y la deserción en el tercer ciclo y la educación media supera el 6%.
Pero el problema no se limita al acceso. La calidad de la educación paraguaya está en niveles preocupantes. En la prueba PISA 2022, Paraguay figura entre los países con peor desempeño mundial en matemáticas, ciencias y lectura.
El 86% de los estudiantes no alcanza el nivel mínimo en matemáticas. Esta crisis de aprendizaje desnuda una triste realidad: no basta con estar en la escuela; importa también qué y cómo se aprende.
A esto se suman factores que agravan la situación. Las condiciones de infraestructura son indignas. Más de 12.000 aulas están deterioradas o en riesgo de colapso.
El personal docente trabaja sobrecargado, sin el reconocimiento ni los recursos necesarios, como lo denuncia la movilización convocada para este 30 de mayo por la OTEP-SN.
Las demandas del gremio —como el pedido de reducir el papeleo y mejorar las condiciones laborales— no son meros reclamos sectoriales, son una alerta sobre el deterioro estructural del sistema.
La inversión pública en educación tampoco acompaña el discurso oficial. Con apenas un 3,4% del PIB, Paraguay es el país que menos invierte en educación en la región. Sin recursos no hay mejoras posibles: ni en formación docente, ni en infraestructura, ni en tecnología, ni en equidad.
Insistimos: no hay secretos. Si queremos que Paraguay se desarrolle, si aspiramos a una sociedad más justa y competitiva, debemos priorizar la educación con decisiones firmes, coherentes y sostenidas en el tiempo. No hacerlo es condenar a las futuras generaciones a repetir los mismos ciclos de pobreza, desigualdad y exclusión.