La condena a un torturador. Radiografía de la represión stronista

El aparato represivo de Alfredo Stroessner nació muchos años antes de su dictadura, cuando Brasil comenzó a capacitar a la policía del gobierno de Higinio Morínigo en la década de 1940. El encargado de reestructurar la represión política fue Edgar Linneo Ynsfrán, quien desde 1956 fue ministro del Interior. Detrás de él, una verdadera selección de gente sádica: Ramón Duarte Vera, jefe de la Policía; Erasmo Candia y luego Alberto Planás, jefes del Departamento de Investigaciones; y por último, Antonio Campos Alum, director de Asuntos Técnicos (DNAT) del Departamento de Investigaciones.

En 1956, llegó a Paraguay, en calidad de “asesor” para la DNAT, el teniente coronel Robert K. Thierry, miembro de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, quien instruyó a las fuerzas represivas del Paraguay en tácticas y técnicas de “contrainsurgencia”. También está documentada la presencia de exoficiales franceses, capacitando a los paraguayos en base a las experiencias de las guerras de Indochina y de la batalla de Argel, donde se practicó la desaparición forzada arrojando los cuerpos de los insurgentes al mar.

Ynsfrán se encargó de eliminar a la oposición en todos los sectores, incluso en el Partido Colorado. A principios de la década de 1960, los hombres del ministro del Interior controlaban los medios de expresión ciudadana, las entradas y salidas del país, las organizaciones sociales, las instituciones educativas, los centros de entretenimientos y hasta a los deportistas. Todo esto a través de una vasta red de espías (coloquialmente conocidos como pyragues) y la utilización de métodos modernos para la época, como la intercepción de llamadas telefónicas particulares.

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Paraguay, alineado a Estados Unidos y Brasil, siguió contando con ayuda económica y militar con el objetivo de fortalecer la lucha anticomunista. Sin embargo, la supuesta amenaza comunista era mínima en el país. El anticomunismo disfrazaba la intención de la dictadura de mantenerse en el poder violando los derechos ciudadanos para acallar la crítica. Así, comunista era toda personas que no se disciplinada con el orden stronista.

En 1966, aprovechando una denuncia de corrupción en la Policía, Stroessner destituyó a Ramón Duarte Vera y a Alberto Planás. Poco tiempo después, Ynsfrán también se vio obligado a renunciar. Éste había adquirido demasiado prestigio y el dictador no toleraría que alguien le haga sombra. Ynsfrán no solo fue apartado del cargo, sino que también fue obligado a un silencioso ostracismo.

Pronto aparecieron otros dos oscuros personajes para continuar con la labor represiva, Sabino Augusto Montanaro como ministro del Interior y Alcibíades Brítez Borges como jefe de la Policía. En 1969, ambos demostraron que tampoco tenían escrúpulos, dirigiendo una de las más violentas represiones contra estudiantes secundarios que recuerde la historia paraguaya. Montanaro se convirtió en el interlocutor obligado con los opositores, quienes debían gestionar su autorización para publicar periódicos, realizar reuniones, e incluso, organizar fiestas. Del humor del ministro dependía de que un preso político pudiera recibir visitas o que un exiliado pueda ingresar al país por una horas para asistir al velorio de algún familiar cercano.

La década de 1970 completó el equipo de represores con el nombramiento de Pastor Milcíades Coronel como encargado del Departamento de Investigaciones. Éste convirtió a su dependencia en el centro neurálgico de la “inteligencia” paraguaya. La recolección de datos dejó de depender exclusivamente de los pyragues, Coronel se encargó de infiltrar, con policías especialmente preparados para el efecto, las organizaciones políticas, sociales, sindicales, estudiantiles y otros organismos públicos y privados.

Cuando el policía no podía ser infiltrado, éste debía contar con un algún informante de confianza. Brítez Borges, un general del ejército en actividad, y Pastor Coronel, entendieron que la represión sería más sencilla con la colaboración entre militares y policías.  Así se organizaron y dividieron el territorio nacional en “zonas de trabajo” para controlar a los opositores.

A su vez, el jefe de Investigaciones contaba con un hombre de confianza, Alberto Buenaventura Cantero, quien se encargaba de ejecutar todas las ordenes. Cantero, un sombrío dactilógrafo, dirigía las sesiones de torturas escoltado de otros matones, como Lucilo Benítez (alias Kururú Pire), Camilo Almada Morel (alias Sapriza), Juan Martínez Amarilla, Eusebio Torres Romero, Agustín Belotto Vouga, Felipe Nery Saldívar, entre otros. Cantero participaba de las golpizas acompañado de un tejuruguai (látigo de cuero trenzado de cuyo extremo cuelgan pequeñas bolas de plomo), instrumentos eléctricos (picanas), piletas y otros implementos de tortura.

Por el lado de los militares, fue fundamental el Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas (ESMAGENFA), que tenía representantes de las tres armas principales y uno de sus departamentos esenciales fue D2, de Inteligencia. Entre los nombres más resaltantes tenemos al general Alfredo Fretes Dávalos, quien en Chile fue formado por Augusto Pinochet; y al general Guillermo Clebsch.

Al frente de la Inteligencia Militar estaba el general Benito Guanes Serrano, acompañado de los generales Germán Martínez y Gerardo Johanssen, ambos formados en la Escuela de las Américas, lugar de formación de grandes represores y asesinos de toda Latinoamérica. La estructura militar, que tenía su propia red de informantes, se encargaba de contactar con sus colegas de países vecinos para mejorar las tareas de represión contra opositores.

En 1976, se llegó al tope de presos políticos en las comisarías de Asunción, por esta razón el régimen habilitó el viejo penal de Emboscada como campo de concentración de opositores y sus familiares. La dirección de la cárcel quedó a cargo del coronel José Félix Grau Cabrera, quien un año antes había dirigido la brutal represión de los campesinos de las Ligas Agrarias de la colonia San Isidro Jejui (distrito de Lima – departamento de San Pedro). Grau se ensañó con sus víctimas, a algunos campesinos les colocó frenos de caballos y les hizo caminar como bestias hasta dejarlos exhaustos antes de asesinarlos.

Con estos “colaboradores” Stroessner logró su objetivo, tener una población atemorizada y por ende obediente. Por último, es importante recalcar que toda la estructura represiva no iba a poder sostenerse sin los leales pyragues, especialmente hasta 1970. En los archivos del stronismo se encontraron carpetas con los nombres, direcciones, y las personas que los habían recomendado para fungir de “agente confidencial”.

La larga lista de espías incluye a conocidos músicos, profesores universitarios, funcionarios públicos y una multitud de tristes personajes que, a cambio de sus delaciones, obtenían un carné de agente confidencial que les daba algunos beneficios, como el acceso libre al transporte público y a espectáculos deportivos.

Pastor Coronel, con la mirada pérdida, a centímetros del automóvil de Anastasio Somoza. El atentado contra el exdictador nicaragüense le hizo perder la confianza de Stroessner, que lo relegó a tareas secundarias en la seguridad del régimen. Aun así, aprovechó el cargo para continuar con sus negocios ilícitos.

Con la caída del régimen stronista, en febrero de 1989, Coronel fue arrestado y condenado. Estuvo en la cárcel hasta el día de su muerte, acaecida el 19 de setiembre de 2000. Ahora le llegó el turno a Eusebio Torres, quien fue condenado a 30 años de prisión. Aunque un poco tarde, sirve como consuelo a quienes sufrieron todo tipo de vejámenes en manos del torturador.

La gran mayoría de los represores se fue sin pagar sus horrendos crímenes. La desgracia de vivir en un país sin memoria.