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jueves, 1 de mayo de 2025
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“El Eternauta” en Netflix: la nevada, el miedo y el eco del presente

Durante mucho tiempo fue apenas un rumor, una posibilidad lejana. “El Eternauta”, ese clásico de la historieta argentina, siempre rondó la fantasía de ser llevado a la pantalla. Pero algo se interponía: el peso de su historia, su contexto, su simbolismo. Esta vez, contra todo pronóstico, sucedió. Bruno Stagnaro lo hizo posible. Con Ricardo Darín como protagonista y una producción ambiciosa, la historia creada por Oesterheld y Solano López encontró finalmente un lugar en Netflix. Y no es cualquier cosa. Estamos hablando de una obra que marcó generaciones, que se convirtió en bandera política, en reflejo de una época, y en advertencia eterna.

Por todo eso, no había forma de que pasara desapercibida. Cualquier intento de adaptación iba a ser examinado con lupa. ¿Cómo llevar al lenguaje audiovisual una obra tan cargada de sentido? ¿Cómo traerla al presente sin perder su esencia? ¿Cómo hacer algo nuevo sin traicionar el espíritu original?

Stagnaro, con su sello ya probado en Okupas y Pizza, birra, faso, opta por no replicar la historieta cuadro por cuadro. En lugar de eso, se anima a entablar un diálogo con ella. Es, quizás, lo más honesto que podía hacer. No se trata de calcar, sino de interpretar. Y en esa elección hay riesgo, pero también respeto.

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La nevada que cae sobre otra ciudad

La historia de base está ahí: una nevada tóxica cae sobre Buenos Aires y diezma la población. Juan Salvo, junto a un grupo de sobrevivientes, intenta resistir. Pero no es la misma Buenos Aires que imaginó Oesterheld en los años cincuenta. Acá hay otras marcas. El terror de la dictadura ya es parte del pasado reciente. La pandemia no es ciencia ficción. La desigualdad, la violencia, el miedo ecológico: todo eso se cuela en la narrativa. Y transforma.

El enfoque visual evita los fuegos artificiales. Nada de explosiones gratuitas ni efectos al estilo Hollywood. El desastre se cuenta en clave íntima. Y es más angustiante por eso. La amenaza no es ruidosa: es fría, blanca, silenciosa.

Darín en modo Salvo

Muchos se preguntaban si Darín era la elección correcta. La respuesta llega rápido: lo es. Le da a Juan Salvo una profundidad que va más allá del héroe clásico. Está roto, está perdido, está buscando. Y eso lo hace real. No hay voz en off, no hay explicación masticada. Hay silencios, miradas, y una tristeza que atraviesa la pantalla. El resto del elenco acompaña bien, con nombres como Carla Peterson, César Troncoso o Andrea Pietra que suman sin robar foco.

Lo íntimo dentro de lo enorme

La serie maneja el ritmo con pulso firme. No se apura, pero tampoco se duerme. El apocalipsis se siente, pero no aplasta. Hay espacio para que el drama humano se despliegue. Y eso se agradece. La dirección de arte, sobria y efectiva, construye una Buenos Aires que parece a un paso del colapso incluso antes de la nevada.

El episodio cuatro, eso sí, divide aguas. Introduce un giro que puede resultar raro, incluso para los que conocen bien la obra. Hay quienes lo ven como un salto necesario hacia lo fantástico. Otros, como un desvío innecesario. Pero nadie puede decir que la serie juega a lo seguro. No busca gustar a todos. Se la juega. Y en esa jugada está buena parte de su valor.

Más que una historia de ciencia ficción

El Eternauta nunca fue solo una aventura con alienígenas y nieve asesina. Fue y sigue siendo un símbolo. Oesterheld fue secuestrado y desaparecido por la dictadura, al igual que sus hijas. Que su nieto, Martín Oesterheld, esté como asesor en esta versión dice mucho. No solo garantiza fidelidad, también muestra que la historia sigue viva, en movimiento.

Netflix ya anunció una segunda temporada. Habrá que ver qué camino toma. Por lo pronto, esta primera entrega logra lo más difícil: no quedar atrapada entre el homenaje vacío ni la actualización sin alma. Camina una línea fina, y lo hace con dignidad.

¿Es perfecta? No. ¿Tiene momentos flojos? Claro. Pero también tiene escenas que te quedan. Preguntas que resuenan. Gestos que no se explican, pero que se sienten.

En una época donde todo parece diseñado para durar lo justo y ser olvidado rápido, El Eternauta apuesta por lo contrario. Por dejar una marca. Y en estos tiempos, eso ya es una forma de resistencia.

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