La explosión y fuga de amoníaco en la fábrica de Ochsi constituye sin duda un evento trágico. Los riesgos inherentes a las industrias que manipulan elementos químicos se han convertido en este caso en hechos que enlutan una familia y tiene en vilo a otras tantas.

No es sano ni constructivo hacer leña del árbol caído. Buscar responsables será tarea de las instituciones rectoras, y en su caso de la justicia. Sin embargo, sí es constructivo analizar el contexto en que generalmente se dan este tipo de tragedias. La importancia de priorizar la seguridad laboral es muy evidente; pero debemos hacer especial énfasis en la búsqueda de esa capacidad de previsión de la cual tan desesperantemente carecemos los paraguayos.

Por lo general, las medidas preventivas son tomadas luego de una gran tragedia, y como muestra basta con mencionar la catástrofe ocurrida en el supermercado Ycua Bolaños en el año 2004. Por regla general, nuestra idiosincrasia nos manda a aguardar una tragedia para asumir medidas que eviten estos sucesos. La mayoría de las veces es muy tarde.

Unite al canal de La Tribuna en Whatsapp

Este incidente, que dejó un fallecido por ahora y varias personas heridas de suma gravedad y en delicado estado de salud, resalta una vez más nuestra incapacidad de prever, así como la necesidad urgente de revisar y fortalecer los protocolos de seguridad en instalaciones que manejan sustancias potencialmente peligrosas. Seguramente, a partir de ahora, los ministerios harán rigurosos controles a estas empresas; estas medidas durarán un tiempo, y luego todo volverá a la imprevisible normalidad, como siempre.

Las implicaciones de esta explosión son profundas y multifacéticas. En primer lugar, subraya la necesidad de implementar medidas de prevención más rigurosas y por sobre todo efectivas para evitar este tipo de incidentes. Tanto el aspecto humano, como la manipulación, así como las cuestiones técnicas y tecnológicas deberían ser aliados para evitar desastres como el que hoy lamentamos. Sumados a estos aspectos, de los cuales se suele carecer, encontramos el factor climático. El intenso calor de estas épocas supone un mayor riesgo tanto para las sustancias como para los equipos continentes.

Los trabajadores merecen entornos laborales seguros, y es responsabilidad de los entes rectores y supervisores garantizar que se cumplan los más altos estándares de seguridad. La supervisión al momento de habilitar un establecimiento es fundamental, mas insuficiente si no se realizan estrictos controles periódicos.

Además, el manejo adecuado de gases peligrosos como el amoníaco es fundamental para prevenir desastres ambientales y proteger la salud pública; no se puede escatimar en capacitación constante. Se requiere entonces una supervisión estricta y una capacitación exhaustiva del personal en el manejo, almacenamiento y transporte de sustancias químicas para evitar futuros desastres. Las empresas son responsables, pero de manera solidaria, el Estado también lo es.

Esta responsabilidad estatal mediante los entes rectores y supervisores no debe subestimarse. Es imperativo que estas entidades no solo establezcan regulaciones claras y exigentes, sino que también garanticen su implementación efectiva a través de inspecciones regulares y sanciones adecuadas en caso de incumplimiento.

Una vez más debemos recurrir a la famosa frase “a partir de ahora…”, esperando que hechos evitables sean evitados mediante la participación activa de instituciones y empresas. La explosión en la fábrica de Ochsi debe servir al menos como un nuevo llamado de atención para que todas las partes interesadas en la industria refuercen sus compromisos con la seguridad laboral y el manejo responsable de sustancias peligrosas. Este compromiso debe asumirse desde la perspectiva de que literalmente están en juego vidas humanas, las cuales deben ser valoradas por encima de cualquier consideración económica o de conveniencia.