El reciente fallecimiento de un médico del Hospital de Trauma volvió a exponer ese secreto a voces: la formación especializada es un modelo perverso que exige demasiado y protege muy poco. El suceso sacó a la luz, una vez más, que el sistema de residencias médicas en nuestro país no forma profesionales, los tritura.
Según las denuncias, como en un campo de concentración académico, los jóvenes médicos aprenden tres lecciones fundamentales: callar, sufrir y sobrevivir. En estas condiciones, las guardias interminables se convierten en su rutina, los castigos arbitrarios de sus superiores en su pan de cada día. Todo en nombre de la formación.
Aunque el caso reciente, que logró cierta repercusión (con la destitución del jefe de docencia tras filtrarse conversaciones por WhatsApp), la realidad es que miles de residentes siguen sufriendo en silencio. Las cifras son alarmantes: uno de cada tres considera abandonar su especialidad, el 80% duerme menos de cuatro horas diarias durante sus guardias, y muchos atienden pacientes en un estado de agotamiento que raya en lo peligroso.
Los números no mienten: en 2022 ya se alertaba sobre la alta tasa de suicidios entre residentes. Los estudios en un solo hospital muestran que casi el 17% de las mujeres y el 12% de los hombres en formación especializada han tenido ideas suicidas. Esto los convierte en el eslabón más vulnerable de un sistema de salud que los explota mientras nadie reacciona.
Lo más cruel es la complicidad del entorno. Sus colegas de mayor rango callan para proteger a la institución y sus propios intereses. Las denuncias por acoso laboral terminan archivadas.
De acuerdo, a las manifestaciones de los afectados, superar el calvario tampoco garantiza un futuro mejor, ya que los salarios siguen siendo miserables, los pluses salariales una batalla constante, y el sistema protege a «médicos fantasmas», mientras otros se parten la espalda trabajando.
Formar especialistas no debería significar romper su salud mental, normalizar el acoso o romantizar el sufrimiento. Paraguay necesita médicos bien preparados, pero no a costa de su humanidad.
Es hora de que las autoridades pongan un punto final a las largas guardias, a esta formación que destruye vocaciones, y a los silencios que matan. Hoy son ellos los que caen. Mañana seremos todos nosotros, pacientes de un sistema que maltrató hasta el cansancio a quienes deben cuidarnos.