En entrevista con La Tribuna, la psicóloga Noelia Castillo analiza los recientes casos donde padres agredieron físicamente a docentes y alumnos. El fenómeno pone en evidencia una dimensión poco abordada: la violencia adulta como respuesta o represalia ante el bullying infantil.
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Padres agresores: el otro rostro de la violencia escolar
La violencia en las aulas ya no solo involucra a niños. En las últimas semanas, dos hechos conmovieron a la comunidad educativa internacional.
En Brasil, un padre subió al escenario de una fiesta escolar, tomó del cuello a un niño de 4 años (presunto agresor de su hijo) y provocó una pelea entre adultos.
Ambos casos tienen algo en común: padres que, motivados por una supuesta defensa de sus hijos, optaron por resolver el conflicto con violencia. El trasfondo, un bullying no atendido, mal manejo institucional y frustración acumulada.
Según la psicóloga Noelia Castillo, este tipo de reacciones adultas, aunque inaceptables, deben ser comprendidas desde un lugar complejo.
“Cuando un adulto llega a ese punto, hay un cúmulo de emociones no reguladas: frustración, impotencia, rabia. Pero también hay una falta de recursos emocionales y educativos para responder de otra manera”, explica.
¿Qué aprenden los niños cuando los adultos pierden el control?
Cuando un padre o madre agrede a una autoridad o a otro niño frente a sus propios hijos, el mensaje que se transmite es peligroso, el uso de la fuerza como solución válida. Se enseña que la violencia es una respuesta legítima cuando uno se siente en desventaja.
Por otro lado, los hijos de los adultos agredidos también quedan marcados. “Ver a su madre o padre humillado o herido por otro adulto en el entorno escolar puede generar desconfianza, inseguridad y retraimiento”, añade la especialista.
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Silencio en las aulas: ¿por qué los niños no hablan?
Según la psicóloga, muchos niños no denuncian lo que viven en el aula por múltiples razones: miedo a represalias, vergüenza, desconfianza hacia los adultos o porque consideran “normal” ser humillados o agredidos.
“La violencia escolar muchas veces se minimiza porque se asume como parte del crecimiento. Pero cuando hay aislamiento, somatización o cambios de conducta bruscos, es momento de actuar”, alerta Castillo.
El caso del niño internado en Paraguay tras denunciar bullying y un presunto abuso sexual es un ejemplo grave de lo que puede pasar cuando las señales no son escuchadas. El menor ya había manifestado sentirse agredido, pero su relato fue desestimado por docentes, según la denuncia de la madre.
¿Cómo identificar si un niño está siendo acosado o es acosador?
El bullying, explica la profesional, rara vez es visible desde el primer momento. En muchas ocasiones, se manifiesta en señales como retraimiento, cambios bruscos de humor, somatizaciones (dolores sin causa médica), disminución del rendimiento escolar o miedo irracional a asistir a clases.
En el caso del agresor, puede notarse una actitud desafiante, poca empatía hacia los demás, manipulación o comportamientos que buscan ejercer poder sobre sus compañeros.
El papel de la familia es clave. Los padres deben estar atentos a los cambios de conducta, preguntar sin juzgar y enseñar a los niños a expresar lo que sienten. Pero también es fundamental reconocer que un hijo puede ser agresor y necesitar ayuda profesional.
¿Cómo prevenir la violencia?
Para prevenir la violencia escolar, es clave una estrategia integral que involucre a toda la comunidad educativa. Se deben fortalecer los programas de convivencia, capacitar a docentes en gestión emocional y habilitar canales seguros para denunciar.
Las familias necesitan apoyo psicológico y orientación en crianza respetuosa, mientras que en el aula es fundamental fomentar el diálogo, las tutorías y detectar señales tempranas de acoso.
de ser espacios seguros y se transforman en escenarios de conflicto.
La violencia venga de donde venga, nunca puede ser la respuesta afirma la psicóloga. La solución está en la prevención, el acompañamiento emocional y una alianza verdadera entre familias y escuelas.
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