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sábado, 14 de junio de 2025
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Mario Vargas Llosa: el karai del Boom ydel Postboom latinoamericanos

Mario Vargas Llosa, insigne escritor universal, académico de la Real Academia Española de la Lengua con la letra “L”, Premio Planeta en 1993, Premio Cervantes en 1994 y Premio Nobel de Literatura en 2010, entre otros muchos, antes y después, murió el 13 de abril de 2025. Bueno, en verdad, no murió, no, porque sus obras van a perdurar en las bibliotecas físicas y digitales del mundo entero, en aquellos que las leyeron, comentaron, analizaron y sopesaron, en aquellos que las están leyendo en la actualidad para justipreciarlas con pausa y mesura, y en aquellos que, con el tiempo, están destinados a leerlas para su propio disfrute y deleite.

Vargas Llosa fue un escritor vocacional y pasional, de cálamo y papel en las venas, con muchas historias que contar, pero también un escritor afortunado y con estrella que disfrutó de las mieles de la fama, gloria y fortuna en vida, y no un escritor estrellado como otros muchos que se quedaron a mitad de camino entre el polvo y la herrumbre u otros que adquirieron renombre en la huesa después de muertos. 

El escritor hispano peruano estuvo en el momento justo y en la circunstancia más propicia cuando el eurocentrismo y sus máximos representantes, Estados Unidos y, en general, el mundo entero, pusieron sus ojos en una Latinoamérica convulsa, agitada y turbulenta en la que no faltaron las crisis económicas, sociales, políticas, ideológicas, religiosas y culturales, las dictaduras bananeras y las revoluciones caribeñas entre el humo de un buen habano Cohiba Club y un trago del más delicioso ron Negrita. Mario Vargas Llosa y otros jóvenes y ambiciosos escritores como él estuvieron en ese tiempo de humo y fuego, de realidad e irrealidad, de mito y verdad, de sueños y mentiras (bendito cronotopo) al pie del cañón con sus cuerpos febriles, mentes inquietas y explosivas estilográficas a flor de piel. 

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Vargas Llosa, además, como aquellos jóvenes que deseaban experimentar en literatura, que querían escribir y publicar sus historias autóctonas para dar a conocer otras vivencias y voces con estilos diferentes, y que tenían como precursores a Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, William Faulkner, Albert Camus y Franz Kafka, entre otros, poseía una ingente y vasta veta literaria de oro en sus manos en forma de talento, de un talento arraigado en la identidad peruana, en la fuente de lo mítico y lo onírico, y en el abrevadero del folclore vinculado a lo mágico y a lo sobrenatural de Latinoamérica. 

Él y sus compañeros de armas literarias: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, José Donoso, Manuel Puig, Salvador Garmendia, etc., bebieron prácticamente de la misma cosmogonía donde los vivos conviven con los muertos, y los muertos hacen acto de presencia entre los vivos para compartir recuerdos, vivencias, experiencias y anécdotas en un tiempo irregular, polivalente, inquieto y desequilibrado, y que se mueve bamboleante del presente al pasado y del pasado al futuro entre la analepsis-flashback y el flashforward y múltiples voces que tienen algo que develar al mundo y al lector. 

Todos ellos trataron de romper y rompieron, de hecho, con los cimientos de una literatura que no les satisfacía ni reflejaba la verdadera identidad de una Latinoamérica protagonista a partir de los años 60 y 70 aplicando técnicas vanguardistas propias de sus admirados escritores: la polifonía de voces, la intertextualidad, el flujo o corriente de conciencia (stream of consciousness), los juegos de palabras, los neologismos, el dialogismo, la historia de las dictaduras y la intrahistoria en las dictaduras, la recurrencia a los mitos y a la magia, la comicidad o el humor, y ese contraste tan llamativo entre lo rural y lo urbano o la tradición y la modernidad. Todos ellos, incluido Vargas Llosa, se inclinaron en sus comienzos por innovar y experimentar buscando otras formas de expresión más propias en el contexto donde pulularon y navegaron tras haber tomado conciencia de lo que estaba pasando en ese momento a su alrededor. Y aunque a algunos les duela, y mucho, hay que aceptar, pero sin exagerar tampoco, que editoriales como Seix Barral (Barcelona) y agentes literarias como Carmen Balcells impulsaron en Europa a toda esta cantera de escritores publicando sus novelas y promocionándolos más allá de sus países. Esto hizo posible que sus obras llegasen a un mercado de lectores más amplio. 

Y con el tiempo, mi querido lector, la crítica literaria ha encapsulado a Mario Vargas Llosa en dos corrientes literarias de interés: El Boom y el Postboom, respectivamente. El Boom latinoamericano fue una corriente o una propuesta literaria que surgió entre los años 1960 y 1970, cuando las obras de un grupo de jóvenes novelistas latinoamericanos (toda una “explosión” de creatividad y frescura literarias) tuvieron una amplia difusión en Europa, en particular a través de España. El triunfo de la Revolución cubana en 1959 y el intento frustrado de Estados Unidos de invadir la isla caribeña a través de la bahía de Cochinos pueden considerarse como el inicio de este período. A estos dos sonados hechos históricos se fueron sumando otros como los regímenes dictatoriales o militares de los años 60 y 70 repartidos por toda Latinoamérica y el Caribe. Creo que no es necesario que mencione los regímenes totalitarios encabezados por Stroessner en Paraguay, Pinochet en Chile, Videla en Argentina o Trujillo en la República Dominicana, etc. 

Mario Vargas Llosa comenzó su andadura literaria en este contexto histórico y cultural caracterizado por las dictaduras (tema muy recurrente abordado por muchos escritores a partir de los años 40) y está adscrito al Boom junto con algunos de los escritores ya mencionados a los que podemos de tildar de vanguardistas. En general, las novelas del Boom rompen las barreras entre lo fantástico y lo cotidiano creando una suerte de Realismo Mágico que ya puede notarse en algunos precursores del Boom como el mejicano Juan Rulfo en Pedro Páramo. Y en el marco de este realismo mágico, lo irreal, lo sobrenatural, lo onírico y lo mágico es visto como algo normal e usual en el mundo de los vivos, esto es, en la realidad cotidiana. En otras palabras, lo real es difícil de separar de lo irreal. 

El Boom latinoamericano dio paso a otra corriente de los años 80 conocida como el Postboom en la que también puede situarse a Mario Vargas Llosa con autores como el chileno Antonio Skármeta (Ardiente Paciencia, 1985), el argentino Mempo Giardinelli (Luna caliente, 1983), el cubano Reinaldo Arenas (Antes que anochezca, 1992), el uruguayo Mario Benedetti (Primavera con una esquina rota, 1982), el chileno José Donoso (El obsceno pájaro de la noche, 1981), el peruano Alfredo Bryce Echenique (La vida exagerada de Martín Romaña, 1981), el paraguayo Juan Manuel Marcos: El invierno de Gunter, 1986), el colombiano Rafael Chaparro Madiedo (Opio en las nubes, 1992) o el chileno Roberto Bolaño (Los detectives salvajes, 1998). Sin embargo, lo que predomina, especialmente en el Postboom, es la presencia de voces femeninas como Isabel Allende en Chile, Luisa Valenzuela en Argentina, Ginannina Braschi en Puerto Rico, o Ángeles Mastreta, Laura Esquivel y Elena Poniatowska (de nacionalidad francesa) en México, entre otras. Y esta presencia de voces femeninas se combina con técnicas narrativas que también pueden aparecer en los autores del Boom y en los precursores del Boom, entre ellas, el uso de diálogos diversos y de gran colorido social, la polifonía de voces, la corriente de conciencia, el humor, la ironía y la parodia, la analepsis, la visión antipatriarcal, la rebeldía juvenil, los mitos, la narrativa histórica (presencia de regímenes dictatoriales, revoluciones, historia contemporánea), la deconstrucción del género y la presencia de personajes históricos que se alternan con personajes ficticios. 

Mario Vargas Llosa navegó por estas dos grandes corrientes latinoamericanas, adaptándose con gran inteligencia con el devenir de los nuevos tiempos, las nuevas inquietudes intelectuales, las nuevas exigencias literarias, las nuevas demandas de la crítica literaria, y la necesidad de seguir innovando y experimentando con otros estilos y otras temáticas y formas narrativas de contar historias. No obstante, mi querido lector, a mí personalmente las novelas que yo creo que mejor definen la esencia identitaria de este gran escritor que es Mario Vagas Llosa son precisamente sus primeras noveles dentro del Boom: La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969) y Pantaleón y las visitadoras (1973). En estas cuatro novelas encontramos a un Mario Vargas Llosa fresco, vital, enérgico, histórico, historiador, social y, en ocasiones, autobiográfico que aborda temas que tocan y afectan hondamente a su país y a Latinoamérica. 

La ciudad y los perros es su primera novela y está ambientada en el Colegio Militar Leoncio Prado, donde los adolescentes internos reciben una formación escolar secundaria bajo una severa y estricta disciplina militar. En este contexto se narran las diferentes historias de unos jóvenes que tienen que aprender a convivir con una forma de vida alienante y asfixiante. La novela es, fundamentalmente, una crítica al modo de vida militar que tiene tendencia a propiciar la agresividad, el machismo y la violencia. La ciudad y los perros comienza  in media res, utiliza la técnica de la analepsis o (flashback), se desenvuelve en distintas épocas y lugares, y hace uso de diferentes narradores con distintas perspectivas. Además, se divide en dos partes que constan de ocho capítulos cada una y de un epílogo. 

La ciudad y los perros no fue una novela fácil de escribir y, por si fuera poco, tuvo que enfrentarse a muchos obstáculos. Vargas Llosa empezó a escribirla en el otoño de 1958 en Madrid y la terminó en el invierno de 1961 en París. El propio escritor le contó en 1959 al crítico literario y editor peruano Abelardo Oquendo Cueto (1930-2018) que su composición llevó bastante trabajo. Una vez que estuvo listo el primer borrador inicial, Mario Vargas Llosa lo envió a editoriales de España y Latinoamérica, pero fue rechazada, sobre todo, por la censura. Finalmente, fue publicada por el editor Carlos Barral (Seix Barral, Barcelona) gracias al hispanista francés Claude Couffon. A partir de ahí la novela recibió críticas muy favorables, entre ellas las de José María Valverde y obtuvo varios premios, entre ellos, el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica Española, aunque no estuvo exenta de polémica, sobre todo entre los militares peruanos, por sus escenas de homosexualidad y bestialismo. 

Querido lector, te recomiendo, si no la has leído, que leas esta novela de Mario Vargas Llosa con el fin de comenzar a honrar su memoria. Es una novela de denuncia en la que vas a encontrar una gran variedad de personajes principales y secundarios (Alberto Fernández, el Poeta, el Jaguar, Ricardo Arana, el Esclavo, Teresa, el Boa, Porfirio Cava, el Serrano, el teniente Gamboa) cuyas vidas se cruzan en torno al robo de un examen en este colegio militar limeño de vida castrense. Uno de los rasgos que más aprecio de ella es el uso de diferentes técnicas narrativas vanguardistas. En primer lugar, la analepsis (técnica propia del Boom y del Postboom y que ya utilizaba Marcel Proust en En busca del tiempo perdido: 1908 y 1922) que permite viajar al pasado con el fin de que podamos ser testigos de las vivencias de algunos de los personajes de la novela durante su infancia; en segundo lugar, la polifonía de voces (o multiperspectivismo), que hace posible que los narradores en distintas épocas y lugares ofrezcan distintos puntos de vista; y en tercer lugar, el monólogo interior o flujo de conciencia, que hace posible que el lector conozca de primera mano los pensamientos más enmarañados de los personajes sin censura ni tapujos. 

En otras de sus novelas, Vargas Llosa recurrió a los saltos en el tiempo, a la polifonía de voces una vez más, a la intertextualidad, a la “técnica del iceberg” y a la constante fusión entre realidad y ficción. Los temas que predominan en la narrativa del escritor peruano son variados. Están los que están relacionados con sus vivencias personales, con episodios políticos, sociales y económicos asociados a su país, y con el amor, la agresividad, la violencia y el sexo. La segunda novela de este escritor me fascinó también: La casa verde, publicada en 1966. Yo entonces contaba apenas con un año de edad. Esta es una novela que gira fundamentalmente en torno a tres personajes: a don Anselmo, al sargento Lituma y un bandido llamado Fushía, y a dos lugares: la ciudad de Piura y el poblado de Santa María de Nieva. Todo comienza con un forastero de nombre don Anselmo que abre un prostíbulo en Pira conocido como La casa verde. A partir de ahí Mario Vargas Llosa va a iniciar un periplo narrativo lleno de historias y situaciones diversas que van a mantener la atención de quienes buceen en ella desde el principio hasta el final.

La triste muerte de Vargas Llosa ha llevado a muchos lectores que no lo habían leído nunca a leer sus obras, y a sus seguidores más incondicionales a una relectura de las mismas. Yo me sumo a estos últimos, y me inclino ahora a llevar a cabo una nueva y vívida reflexión de sus obras acorde con los tiempos que vivimos que me permita, a su vez, un repaso o recorrido de la vida del propio autor desde su juventud hasta su época de plena madurez intelectual, periodística y literaria. Querido Mario, tus obras permanecerán siempre latentes en las latitudes de la memoria.

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Escribe: José Antonio Alonso Navarro | Doctor en Filología Inglesa por la Universidad de La Coruña (España) | Crítico literario de La Tribuna

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