La posverdad y la polarización son fenómenos estrechamente ligados a la práctica política actual. Que ambas se expresen como discursos excluyentes en el terreno partidario no sorprende. Lo que sí resulta preocupante es que esas mismas distorsiones pretendan instalarse desde el periodismo, impulsadas por emociones, intereses y lecturas sesgadas, en detrimento de los hechos objetivos.
La lógica de la posverdad —que manipula la información y prioriza la emoción por sobre la verdad— busca profundizar la polarización. Es una estrategia conocida, utilizada con frecuencia en el campo político. Su fin es minar la confianza pública a través de la desinformación, incluso rozando la mala fe. El daño es mayor cuando esa lógica es replicada por la prensa, cuya misión esencial es la búsqueda de la verdad, la promoción del pluralismo y el respeto por el lector.
La polarización divide a la ciudadanía, reduce el espacio para el diálogo y debilita la convivencia democrática. Alimentada por discursos extremos, intenta someter la razón a la emoción, cerrando las puertas al entendimiento. Cuando los medios adoptan ese mismo tono —cuando actúan como actores políticos más que como espacios de información— terminan perdiendo legitimidad y traicionando su propia esencia.
En el ámbito periodístico, la posverdad se convierte en un recurso peligroso: confunde, dramatiza y apela a las emociones colectivas para influir en la opinión pública. El periodismo así deformado ya no informa: manipula. En ese escenario, la libertad de prensa y la libre expresión no desaparecen, pero se desvalorizan. Y lo que es peor, se vuelven ineficaces para el bien común.
En La Tribuna creemos profundamente en la libre expresión y en el rol fundamental del periodismo en la vida democrática. Por eso, reafirmamos nuestro compromiso con la información de calidad, con la verificación rigurosa de los datos y con una narrativa que respete la inteligencia del ciudadano.
Desde aquel diciembre de 1925, cuando nacimos como medio independiente, abrazamos el noble oficio de informar con integridad. Nos esforzamos cada día por sostener la credibilidad, sabiendo que es nuestro mayor capital y la única garantía contra la tentación de la popularidad vacía.
No compartimos la lógica de la posverdad, ni del periodismo que opera como un tribunal paralelo, dictando condenas o instalando imputaciones al margen de la justicia. Tampoco creemos en los medios que imitan el discurso político sin pensar en el bien mayor de la ciudadanía. Por convicción y por historia, defendemos un periodismo que aporte a la verdad, la razón y la libertad.