En las últimas semanas, nuestro país vivió una auténtica ebullición informativa relacionada con el universo digital. Se habló de los ciberataques que vulneraron sistemas sensibles, de la necesidad urgente de fortalecer la ciberseguridad, del futuro Distrito Digital que promete convertirse en un polo de innovación y de la posibilidad real de que el país se transforme en un hub tecnológico regional. Incluso, se anunciaron proyectos que permitirían a desarrolladores nacionales exportar software al mercado global.
Todo este panorama genera legítimo entusiasmo. Existe una percepción de que por fin nuestro país está entrando en la nueva economía del conocimiento. Aplaudimos y nos sumamos al entusiasmo, pero no podemos dejar de observar una preocupante contradicción. Mientras el país proyecta su imagen como destino para la inversión digital, todavía afrontamos una deuda estructural en esa materia y es la enorme brecha digital que afecta a miles de niños y jóvenes.
En pleno 2025, en el país todavía existen escuelas sin acceso a internet, niños que deben caminar kilómetros para captar señal y docentes que no cuentan con las herramientas ni la capacitación necesaria para integrar la tecnología a su labor pedagógica. Lo más terrible de esta realidad es que la desigualdad digital de comunidades enteras se mantiene no por falta de recursos, sino más bien por la desidia y la falta de visión de las autoridades locales y regionales.
En un mundo actual, con la revolución que viene a significar la emergencia de la inteligencia artificial, reducir la brecha digital debe ser una prioridad nacional. La alfabetización digital debe comenzar desde la infancia, y con ella una reforma educativa profunda que prepare a nuestros niños para los desafíos del siglo XXI. Ya no se trata solo de enseñar a usar una computadora, sino de formar ciudadanos capaces de comprender, crear y competir en un entorno digitalizado.
Las autoridades locales y regionales, que suelen quedar al margen de estos debates, tienen un papel clave, para gestionar y garantizar que los recursos lleguen a las comunidades más rezagadas.
Es alentador que nuestro país esté dando pasos firmes hacia una economía basada en el conocimiento, pero esa apuesta solo será sostenible si se construye sobre bases sólidas de equidad, inclusión y educación. Es también la mejor manera de aprovechar nuestros talentos y de ampliar oportunidades. La tecnología tiene que ser un derecho de todos y no privilegio de unos pocos, si queremos apuntar al verdadero desarrollo del Paraguay.