Escuela, ¿espacio protector?

Por Miriam Abramovay* y Tereza Pérez**

(Especial para La Tribuna). Ante el shock que provoca un acto de violencia en una escuela, la primera tendencia que surge en el debate de soluciones es la de poner guardias en la puerta de los establecimientos educativos.

Reaparece inmediatamente la tentación del autoritarismo, con la idea de que lo que falta es represión y que la instalación de un ostentoso aparato coercitivo podría inhibir nuevos actos violentos. El discurso puede migrar a la defensa de la gestión autoritaria con propuestas de intervenciones externas, a la heteronomía.

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Sí necesitamos combatir la violencia, pero no lo haremos con más prácticas violentas, sino con la construcción de un ambiente escolar saludable, donde la definición de las reglas de convivencia se haga con un enfoque en el desarrollo de la autonomía, la interacción, el aprender a vivir juntos.

Necesitamos programas bien estructurados que puedan ayudar a las escuelas en esta construcción y así establecer relaciones respetuosas dentro y fuera del ámbito escolar.

En las escuelas donde todas las funciones disciplinarias han sido entregadas a la policía, la distancia emocional entre docentes y alumnos se ha ampliado. Cuando los docentes evitan el contacto íntimo con la cultura juvenil, dejan de estar en condiciones de escuchar a los estudiantes cuando expresan sus problemas y temores personales, o bien trazan límites rígidos de comportamiento que no deben ser traspasados por los estudiantes y que impiden la construcción de vínculos de confianza y empatía.

Los docentes se vuelven “afuera” en relación a la cultura juvenil. Y a los educadores, cuando hay presencia de fuerzas policiales en las escuelas, les resulta cada vez más difícil hacer cumplir la ley y los reglamentos. Es la manera de alejar a los estudiantes de la escuela.

Un reciente informe, elaborado por un grupo de investigadores y activistas coordinados por Daniel Cara, “Extremismo de derecha entre adolescentes y jóvenes en Brasil: ataques a escuelas y alternativas a la acción del gobierno” indica una serie de acciones a realizar por las escuelas, entre ellas las de comprender la conexión de los adolescentes y jóvenes con los movimientos supremacistas; promover espacios propios por y de los estudiantes; retomar las disciplinas que enseñan humanidades; capacitación permanente de los trabajadores de la educación para identificar lo que se llama la atención en las escuelas; implementar una educación crítica sobre los medios, realizar diagnósticos y obtener datos para la implementación de una política pública de convivencia escolar; monitorear y evaluar el trabajo, dialogar con las familias.

La escuela y la familia son las principales instituciones en la educación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes, les brindan la base para que se sientan seguros y con alta autoestima para afrontar la vida. Es necesario repensar las culturas pedagógicas, evitando el “pánico moral”, los discursos moralistas, las medidas represivas y el llamado a la seguridad pública policial, centrándose en las políticas públicas y sociales de prevención, trasladando el problema del individuo a la institución, la escuela. Mirar la violencia sólo como un fenómeno de fuera de la escuela conduce a un sentimiento de inmovilidad. Las instituciones educativas necesitan aprender a crear estrategias que prevengan y resuelvan situaciones de violencia sin llamar a la policía, para que la propia escuela pueda solucionar problemas como peleas, agresiones, insultos entre alumnos y entre estos y adultos.

Lo que ha venido sucediendo nos alerta sobre la urgencia de que los profesionales de la educación cuenten con mejores condiciones de trabajo y cuenten con profesionales que ayuden a construir un clima escolar saludable, considerando su funcionamiento, sus características locales y el contexto cultural, sociopolítico y económico en el que estamos insertos.

Una gestión democrática puede establecer reglas de convivencia con la participación de los adolescentes y jóvenes, teniendo en cuenta la cultura juvenil y lo que los estudiantes traen de casa y de la calle. Esto facilitaría los procesos de relación con el espacio escolar y de cambios positivos en la vida cotidiana.

Podría ser así éste un espacio acogedor y seguro para niños y jóvenes y, por qué no, un referente de convivencia respetuosa entre diferentes personas, algo que hoy también es raro fuera de los límites de la escuela.

* Miriam Abramovay. Coordinadora del programa Estudios de políticas sobre juventud, educación y género (Flacso).
**Tereza Pérez. Directora-presidenta de la Comunidad Educativa CEDAC.