La conmoción que dejó el asesinato de María Fernanda Benítez, una adolescente de apenas 17 años, no puede quedar atrapada en el ciclo del morbo, el estupor o la indignación pasajera. Este crimen brutal, cometido por otro joven, nos está gritando que algo muy grave está ocurriendo en lo profundo de nuestra sociedad. No es un hecho aislado: es un reflejo de una crisis silenciosa que afecta a nuestros adolescentes, nuestras familias, nuestras instituciones.
Cada día, los medios de comunicación informan sobre hechos trágicos que involucran a jóvenes: crímenes, suicidios, embarazos no deseados, violencia doméstica, adicciones. La muerte de María Fernanda no es solo una tragedia personal o familiar. Es una tragedia social que expone una desconexión generacional, la ausencia de referentes adultos confiables y el debilitamiento de los espacios de contención que deberían sostener a nuestros adolescentes: el hogar, la escuela, la comunidad.
El caso de María Fernanda muestra la soledad y la falta de confianza en los adultos que envuelven a muchos de nuestros jóvenes. Una joven desorientada, quien, estando embarazada, no compartió su situación con ningún adulto. Esa desconfianza habla de una fractura. Y esa fractura no se resuelve solamente con psicólogos ni con acompañamiento posterior al hecho consumado.
Este no es el momento de buscar culpables individuales. Es el momento de analizar causas estructurales y culturales, y asumir responsabilidades colectivas. ¿Qué estamos haciendo como sociedad para construir un entorno más seguro emocionalmente para nuestros jóvenes? ¿Cuánto tiempo más vamos a esperar para tratar estas señales como una cuestión de salud pública?
Necesitamos un plan nacional interinstitucional de atención y prevención en salud mental, educación afectiva, acompañamiento familiar y sobre todo necesitamos hablar con los jóvenes y no sobre ellos.
La muerte de María Fernanda debe marcar un antes y un después. No podemos seguir naturalizando lo inaceptable. Este es el momento de parar la pelota, mirarnos como sociedad y decidir si vamos a seguir reaccionando solo ante la tragedia o si, de una vez por todas, vamos a empezar a construir soluciones de fondo.