Paraguay se encuentra hoy ante una de las encrucijadas más decisivas de su política exterior contemporánea. Durante más de sesenta años, nuestro país ha sido el único en América del Sur en mantener relaciones diplomáticas plenas con Taiwán, una apuesta que, aunque histórica, nos distingue en un mundo donde la mayoría ha optado por reconocer a Beijing bajo el principio de “una sola China”.
La presión internacional crece. La República Popular China, potencia comercial y política de escala global, no solo reitera su exigencia de exclusividad diplomática, sino que restringe el acceso directo de nuestros productos a su mercado, encareciendo las exportaciones paraguayas y obligándonos a operar mediante triangulaciones que nos restan competitividad.
Internamente, los sectores productivos y empresariales comienzan también a impacientarse: saben que abrir las puertas al coloso asiático significaría enormes oportunidades comerciales, nuevas inversiones y un giro potencial en nuestra balanza comercial. Hace unas semanas publicábamos un informe oficial que señalaba que el 70 por ciento de las importaciones de materias primas para industrias nacionales provienes de China Continental.
Sin embargo, el gobierno de Santiago Peña mantiene firme la postura: Paraguay no negociará sus principios ni su soberanía diplomática a cambio de ventajas económicas. Esta decisión no solo es un acto de fidelidad histórica, sino también una muestra de independencia en un tablero internacional dominado por intereses estratégicos.
No es un secreto que la relación con Taiwán ha traído beneficios concretos: cooperación, apoyo a proyectos de desarrollo, y acceso preferencial a ciertos mercados, lo que equilibra, al menos parcialmente, las pérdidas en el frente chino.
La clave para Paraguay no está en el alineamiento ciego, sino en la búsqueda de equilibrio. Aprovechar las negociaciones del Mercosur con China es una vía inteligente, pues permitiría acceder colectivamente a ese mercado sin sacrificar las relaciones diplomáticas con Taipéi. Pero este camino exige una diplomacia hábil, capaz de navegar entre gigantes sin perder de vista los intereses nacionales.