El brutal asesinato de un joven integrante de la barra brava de Olimpia, es una advertencia de hacia dónde se encaminan estos grupos que, bajo la fachada de hinchadas organizadas, están evolucionando de forma preocupante para convertirse en verdaderas estructuras delictivas.
Las imágenes del ataque, perpetrado por tres sujetos que descendieron de un vehículo con armas de fuego y dispararon a mansalva, evidencian la peligrosidad de estos grupos y su creciente capacidad de operar con la impunidad de verdaderas mafias. Lo ocurrido en San Lorenzo no es un hecho aislado. Hace años que estos sectores han dejado de ser simples agrupaciones de fanáticos del fútbol para convertirse en organizaciones con códigos de violencia y disputas territoriales.
Hemos advertido en reiteradas ocasiones cómo se les otorga preeminencia y poder a estos grupos, al punto de adueñarse de las calles con caravanas escoltadas por patrulleras policiales, mientras hordas de motociclistas particulares abren paso sin control alguno. Es la institucionalización de la impunidad.
El caso del joven Ángel Enrique Lemos Valdez, según las investigaciones, se vincula con un ajuste de cuentas por el robo de una bandera, un motivo absurdo que expone la radicalización de estos grupos y la facilidad con la que recurren a la violencia letal. Más alarmante aún es la posibilidad de que detrás del crimen existan disputas por el control del tráfico de drogas en San Lorenzo, Fernando de la Mora y Villa Elisa. De confirmarse esta hipótesis, estaríamos ante un escenario aún más preocupante: la consolidación de las barras bravas como estructuras criminales más organizadas y peligrosas.
Es necesario que las autoridades y directivos de clubes deportivos tomen cartas en este asunto antes de que la violencia escale aún más. Se requiere una acción conjunta y decidida para desarticular estos grupos, que enturbian una sana actividad deportiva, que brinda alegría a la población y unifica a las familias.