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miércoles, 22 de enero de 2025
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Caacupé, espejo de un Paraguay en busca de justicia

Hoy, como cada 8 de diciembre, Paraguay se une en la mayor manifestación de fe y religiosidad popular para celebrar a la Virgen de Caacupé, la Inmaculada Concepción de María en su advocación más querida. Este encuentro anual trasciende lo estrictamente religioso: Caacupé es, sin duda, el reflejo más fiel de la sociedad paraguaya, con sus luces y sombras, sus esperanzas y reclamos.

En torno a la figura de la Madre de Dios, millones de paraguayos depositan sus expectativas, ruegos y sueños. Sin embargo, más allá de las plegarias personales, esta fiesta se ha convertido en una plataforma donde también se expresa la voz colectiva de un pueblo que anhela un Paraguay más justo.

Históricamente, las homilías de la misa central en Caacupé han sido espacio para mensajes directos y contundentes de los obispos. Estos sermones han denunciado la corrupción, las injusticias y las fallas de las clases dirigentes. Algunos años, las palabras desde el altar resonaron con tal fuerza que llegaron a marcar el pulso del debate nacional. ¿Quién no recuerda aquel juramento simbólico de las autoridades presentes, cuando fueron llamados a alzar la mano y prometer que no serían corruptos? Paradójicamente, varios de aquellos que levantaron su mano fueron luego protagonistas de escándalos de corrupción, lo que revela la desconexión entre los mensajes de la Iglesia y el comportamiento de quienes se supone deberían ser ejemplos.

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La realidad es contundente: las palabras que alguna vez hicieron temblar los cimientos del poder político hoy carecen del impacto de antaño. La Iglesia paraguaya, al igual que muchas instituciones del país, parece haberse vaciado de liderazgos sólidos, de figuras cuya autoridad moral pueda inspirar y guiar. Este déficit de referentes afecta la credibilidad de la institución y su capacidad de incidir en una sociedad que necesita voces coherentes y comprometidas.

Pero así como desde Caacupé se llama a la conversión de los fieles, también la Iglesia debe hacer su propio “mea culpa”. Necesita una renovación profunda, tanto en su imagen como en su mensaje. Los pastores de hoy tienen el desafío de volver a ser la voz de los sin voz, de recuperar esa conexión con el pueblo y con sus demandas. Más que discursos, se necesitan ejemplos de coherencia que interpelen tanto a los poderosos como a los más humildes.

Caacupé sigue siendo un espejo de Paraguay. Un espejo que muestra la devoción y la esperanza de su gente, pero también las fracturas de una sociedad que no termina de encontrar el camino hacia la justicia. En este día de fe y unidad, el llamado es para todos: fieles, políticos y líderes religiosos. Si queremos un Paraguay mejor, debemos construirlo con acciones y no solo con palabras.