Se debe garantizar la seguridad personal en las calles y en las canchas

Decidimos respaldar la crónica de nuestro periodista Pedro García Garozzo, cuyo título es «Clásicos eran los de antes, con hinchas auténticos y no alquilados». Lo hacemos para repudiar que el fútbol sea refugio de inadaptados, así como tampoco queremos que la política lo sea, aunque en algunos casos, ambos ámbitos ya están siendo tomados como espacios para la expresión de violencia, avivada por el alcohol y las drogas.

Resulta doloroso ver cómo verdaderas pandillas actúan como operadores y simpatizantes de grupos políticos, y cómo la llamada «barra brava» actúa con impunidad bajo el pretexto de ser supuestos hinchas de fútbol. La decisión editorial también se justifica porque se acerca una nueva edición del denominado Superclásico del fútbol paraguayo entre Cerro Porteño y Olimpia, Olimpia y Cerro Porteño.

Entendemos que la descripción realizada por nuestro periodista revela un deterioro de esa atmósfera sana que debe rodear al fútbol, y que en la situación actual se está acabando con el lema de «El deporte es salud». Podemos conocer el origen de la violencia, pero es imposible prever qué desenlace puede tener. Sin duda, ya ha habido varios finales con dolor y luto.

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La actividad deportiva, en general, solía ser considerada una manifestación de atención y concentración hacia valores dignos de admirar, como la destreza física, el talento, la habilidad y la coordinación en los movimientos y desplazamientos, entre otros. Al mismo tiempo, existía mucho caballerosidad para aceptar el resultado e incluso se respetaba a los demás espectadores.

Hoy en día, se intenta convertir la actividad futbolística en un campo de batalla, donde personas ebrias y adictas a las drogas desalientan la presencia de las familias en los estadios. Puede parecer exagerado lo que decimos, pero también estamos cerca de la verdad. Incluso la mafia aprovecha esta violencia social en su propio beneficio.

Hay ejemplos en otros países donde las llamadas «barras bravas» han tomado prácticamente por asalto las instalaciones deportivas. Además, los propios clubes financian a sus líderes al proporcionarles entradas gratuitas para ingresar a los estadios, incluso acompañadas de una suma de dinero destinada al consumo de alcohol y otros estimulantes.

Aquellas memorables jornadas que Pedro García rememora contaban con señores jugadores, auténticos cracks, admirados por sus seguidores y respetados por los simpatizantes del equipo rival. Hoy en día, lo primero que recibe el adversario al pisar el campo es un torrente de insultos hacia su pobre madre, quien no tiene nada que ver con el juego que se disputa.

Ese ambiente social en paz, casi familiar, ya no es el mismo. Cada jornada del llamado Clásico, y de cualquier otro encuentro de fútbol, conlleva la movilización de todo un contingente policial para intentar prevenir disturbios, agresiones, robos, asaltos y cualquier forma de violencia proveniente de grupos organizados que se hacen pasar por hinchas deportivos.

Prestemos atención a lo que está sucediendo. Observemos. Actuemos. La sociedad no puede permitirse ser indulgente con pandillas violentas que se infiltran en la política y el fútbol. La ley debe intervenir. La seguridad personal debe prevalecer. Esperamos que el clásico de esta jornada sea una celebración, que el fútbol sea un espectáculo saludable, pero para lograrlo debemos ser firmes y enérgicos frente a cualquier manifestación de violencia.