Éste febrero se recuerda otro año de la caída de Stroessner. Él ya no está, pero sus secuelas siguen. Sin embargo, hay males nuevos que claramente ya son responsabilidades de la generación que tiene hoy a su cargo los espacios políticos y el uso de las libertades. Por eso, La Tribuna, que sufrió los avatares de las doctrinas totalitarias, intenta hacer el esfuerzo para que la concentración del empuje nacional sea sobre el presente para proyectar desde allí algo mejor para la República.


Más que seguir llorando sobre la leche derramada, que sería el stronismo, parece más válido reflexionar sobre el provecho que se está dando al espacio de libertad. Hoy se tiene la rutina de las elecciones políticas y las libertades en distintas áreas están presentes, pero entre ellas, como esencias de la democracia, no lograron influir y constituir una real mejoría en la vida en sociedad. Un fiel reflejo de eso es el presupuesto general de gastos de la Nación. Si buscamos un título que resuma la democracia actual, ella está, mayormente, siendo utilizada para sostener y crear nuevas estructuras pública, casi todas enormes, costosas e pocos inútiles.


Valoramos el trabajo público insistente de DENDE en algo conocido, pero que aunque repetido aún no tiene visos de solución. Ni mucho menos. La entidad privada habla que el presupuesto 2023 refleja un crecimiento desordenado de la estructura estatal registrada desde hace 20 años. Para nosotros, el desorden y el elefante público, feroz e inútil, se dio desde el inicio de la transición, ya con el finado Andrés Rodríguez. En su momento no quisimos ver, luego hubo mucha permisividad, hasta complicidad, con el reparto del dinero, hoy ese mal ya acogota a la misma democracia.

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En nuestras páginas publicamos la cantidad de entidades de la Administración Central, que según DENDE pasaron de 20 a 32 durante el período comprendido del 2003 al 2023. Ciertamente, el incremento de la burocracia implicó mayores gastos, incluso se está derrochando hasta lo que no se tiene, pero que, contrariamente, en vez de ayudar, empeora la calidad de vida de la ciudadanía. Hay una pobreza cuyo índice no baja, y la corrupción viene de la mano de las propias instituciones del Estado, que además comienza a ser permeada por el mismísimo crimen organizado. Pretender negarlo, es una necedad.


De acuerdo a la Unidad de Observatorio del Gasto Público, de Desarrollo de la Democracia (DENDE), en el lapso de 20 años de libertad, el Poder Legislativo se multiplicado por 10. El Poder Judicial se sextuplicó. Algunas instituciones nuevas, que sólo se pasaron haciendo informes para titulares de la prensa; como la Contraloría General de la República, se quintuplicó. Lo mencionado son ejemplos de lo mal que se está llevando la democracia. En verdad, casi todas las entidades públicas crecieron en burocracia, son costosas para el pueblo y casi nada de servicio de calidad dieron a favor de la gente.


Reiteramos lo señalado en el Editorial de ayer, la pizca de esperanza hay que poner en la posibilidad que el nuevo presidente, que será electo en abril próximo, entienda lo que pasa. Sobre todo, que tenga liderazgo para hacer las correcciones. Ojala que también haya sabiduría en el nuevo Congreso para comprender que eso de gastar más de lo que se tiene, encima gastar mal, y con alto tufo de corrupción, y dejando las puertas abiertas al crimen organizado, representa una filosa navaja en el corazón de la democracia.