Las cosas de Chin (Chingolo), el sabio de la risa

Efrían Martínez Cuevas

Se llamaba César Espínola, apodado Chingolo. Pero solo unos pocos familiares lo llamaban Chingolo. Casi nadie lo llamaba por su verdadero nombre. Ni César ni Chingolo, Chin. Así fue conocido por los lectores de aquella La Tribuna pregonada desde el alba de aquella quieta
Asunción de la década de 1960.


Escribía sobre lo cotidiano. El lustrabotas, las niñerías, las costumbres citadinas, los alimentos, el viaje en los colectivos urbanos, los lugares asuncenos, etc, en su estilo afable y divertido. Lo suyo atrapaba a toda clase de lectores, a los abuelos, abuelas, señoritas, mitaíes, chiquilines, como exclamaba Jacinto Herrera por aquellos tiempos en la apertura de su programa dominguero en la tele. Su columna en La Tribuna – de Chin, no de Jacinto – se llamaba “Cosas de Chin”. Sus artículos eran relajantes, capaces de arrancar una sonrisa y hasta una carcajada sincera. De paso, enseñaba porque eso es también la tarea del periodista. Guiaba a sus lectores hacia la ética y las buenas costumbres.

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César Espínola, Chin, fue uno de los columnistas más leídos en la historia de La Tribuna.

César Espínola, Chin, fue uno de los columnistas más leídos en la historia de La Tribuna. Fue el “notero” por excelencia. Reporteaba a las grandes personalidades de la época sobre todo en Asunción y Buenos Aires. La capital argentina era por aquellos tiempos plataforma de la cultura, del arte, la ciencia, del deporte. Reportero nato, avispado, atento al menor de los detalles que, luego, en la vieja redacción del diario de la calle General Díaz, plasmaba en la cuartilla para que al día siguiente fuese el deleite de los lectores.


Su nombre – bueno, el diminutivo de su apodo – era suficiente para dar rigor a su columna. Rigor y gracia. Mario Halley Mora lo calificó como “un hombre de invencible sentido del humor”. Se reía de sí mismo, sobre todo del derrengue que sufría tras ser atropellado en dos
ocasiones por sendos camiones.