• Si tu fracasaste,
  • como dices en tu poema,
  • yo… yo me hundí en la incontinencia
  • del olvido,
  • de ese olvido que cuando cristaliza
  • logra quebrar los hilos de los recuerdos
  • más o menos insanos y perpetuos;
  • si tú fuiste un fracaso,
  • como dices en tu poema,
  • yo fui del olvido ajeno
  • la cumbre más temporal y elevado,
  • un susurro etéreo y una gota de agua
  • en el infinito más espantoso y estrellado.

José Antonio Alonso Navarro

Quiero dedicar estos versos míos que escribí a las diez de la mañana en una plaza que yo suelo llamar con cierto humor no exento de ironía “el parque de los suicidas y melancólicos románticos”, al escritor más estrepitosamente fracasado socialmente, pero vital y espiritualmente más airoso, chisposo y triunfante: Charles Bukowski (1920-1994).

Un valiente contrahegemónico y esforzado paladín de las causas perdidas o quizá solo de la suya propia que batalló en el tiempo de una época suya impregnada de dogmas absolutistas y convenciones hiperbólicas. Y encima lo hizo en el país del capitalismo por antonomasia: Estados Unidos de América.

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Si tuviera que definir a Bukowski, diría de él que fue un hombre ético, pero ético consigo mismo, y fiel, especialmente fiel a su modo de vivir tan particular en una sociedad que suele premiar al tiburón más ganador y despreciar hasta el tuétano y ad nauseam al perdedor más resonante.

Bukowski fue ciertamente un perdedor, mas a sabiendas de que lo era y no le importaba. Y así pasó su vida, como un perdedor fracasado, sucio y desaliñado, muerto de hambre, alcohólico y encarnado en un perenne despojo social, invisible para todos, en la sombra de la indiferencia y en una hojarasca oscura.

Eso es, a todas luces, lo que deseaba desde su posicionamiento ético y filosofía personalísima; y esa fue su elección desde joven: escribir, vivir en la miseria, y morirse lentamente bebiendo alcohol.

Pero también así fue feliz, como él quiso, a su manera: ebrio y bohemio, como una “mosca de bar” (barfly: término acuñado por él); así disfrutó de la vida acompañado de una literatura que con los años se encasillaría en un llamado “realismo sucio”, y vestido con los ropajes de un escritor tildado de maldito que escribía con un estilo vulgar, soez y exhibicionista.

Así era y fue Bukowski: auténtico y genuino. Así fue ese escritor “de alcantarilla” o “de cloaca” que no quiso renunciar jamás a su estilo de vida ni a escribir con esa crudeza que le otorgó su circunstancia vital, pero pensemos un poco.

Si Bukowski se hubiera vendido al estilo comercial que demandaban las revistas y editoriales de su tiempo, sus historias no hubieran sido las mismas, ni sus personajes tampoco.

Este hecho le hizo convertirse a la larga y a la postre de manera contradictoria en un gran triunfador y en un gran ganador tras una existencia alcoholizada, tras largos años de hacer lo que le dio la real gana, y tras canalizar su inadaptación social a través de una literatura esculpida y cincelada con nuevas formas estéticas, una nueva voz vibrante y un estilo impúdicamente innovador, disgregador y arrollador escrito en la ciudad de Los Ángeles con una lengua vernácula.

Su literatura está llena de experiencias autobiográficas, historias crudas y anécdotas nihilistas marcadas por años de alcohol, enfermedad y sexo.

Uno de los primeros libros que leí de él fue Post Office (Cartero) publicado en Estados Unidos en 1971 en la editorial Black Sparrow, y en España en el año 1983, en la editorial española Anagrama.

Se trata de la primera novela de Bukowski, y en ella cobra protagonismo Henry Chinaski, alter ego de Bukowski. Después continué con Factotum publicada en 1975 por la editorial norteamericana Black Sparrow y en español en 1980 con el título de Factótum (Anagrama). Factótum me pareció una novela ciertamente interesante por su realismo, vamos a decir, “naturalista”.

La obra relata nuevamente las vicisitudes de Henry Chinaski en 1944. Este, debido a que no pudo alistarse como soldado para combatir en la Segunda Guerra Mundial, se dedica, en algunos casos, a dar tumbos de aquí para allá realizando trabajos esporádicos y de mala muerte, y en otros, a deambular sin empleo e infestado de alcohol hasta las orejas por los barrios más empobrecidos y miserables de Los Ángeles y otras ciudades en los Estados Unidos.

A lo largo de la novela Chinaski trata de buscar un empleo que sea compatible con lo que más le gusta: escribir para poder ser publicado algún día en la editorial de sus sueños.

Y la tercera novela que leí de Bukowski fue Women (Mujeres) publicada una vez más en la editorial Black Sparrow en 1978 y en España por Anagrama en 1981. Esta novela me impactó sobremanera por lo explícito a la hora de describirse determinados cuadros eróticos en los que no falta el alcohol a raudales.

Sin embargo, además de novelas, Bukowski escribió cuentos, ensayos y libros de poemas. Como poeta Bukowski fue, ciertamente, bastante prolífico. Entre sus obras poéticas destacan Poems Written Before Jumping Out of an 8 story Window (“Poemas escritos antes de saltar de una ventana de ocho pisos”) (1968); Mockingbird Wish Me Luck (“Ruiseñor, deséame suerte”) (1972); Love is a Dog from Hell: Poems 1974-1977 (“El amor es un perro del infierno: poemas 1974-1977”) (1977); The Roominghouse Madrigals: Early Selected Poems 1946-1966 (“Madrigales de la pensión. Primeros poemas escogidos 1946-1966”) (1988); The Last Night of the Earth Poems (“Poemas de la última noche de la Tierra”) (1992); Open All Night: New Poems (“Abierto toda la noche: nuevos poemas”) (2000); Storm for the Living and the Dead (“Tormenta para los vivos y los muertos”) (2017), entre otros.

De estudiante universitario no pude evitar aprenderme algunos de poemas de Bukowski en inglés y en español. Este es uno de ellos titulado:

Soy un fracaso:

Le puse el seguro a la puerta del auto
y al levantar la mirada vi a este tipo
caminando hacia mí
se parecía a Peter mi viejo amigo
pero no era Peter
era un hombre demacrado
en jeans y camisa azul de trabajo
y me dijo:
“Oye, mi esposa y yo
necesitamos algo para comer,
morimos de hambre”.
Miré detrás de él
y ahí estaba
su mujer
que me miró con ojos a punto
de lágrima.
Le di un billete de cinco.
“¡Te amo, hombre!”, gritó,
“No me lo gastaré en bebida”.
“¿Por qué no?”, le contesté,
“Es lo que yo haría…”

Me alejé para entrar a un edificio
arreglé unos cuantos asuntos
salí
regresé al auto
como siempre
pensando
si hice lo correcto
o si fui víctima de un engaño.

Mientras conducía
recordé mis años
de miseria
hambriento más allá de cualquier arreglo
nunca pedí a nadie
un centavo.

Esa noche, después de unos tragos,
le expliqué a la mujer con la que vivía
lo mucho que daba dinero a vagabundos
pero que yo
en los tiempos más obscuros
de hambre en mi vida
me negué a pedir nada a nadie.

Lo que pasa es que ni para eso
servías”, dijo ella.

Ese poema da cuenta muy bien de lo que era Bukowski: un alcohólico libre, un libertario, un libertino y un escritor contrahegemónico. En fin, un hombre de principios que no dejó nunca, mientras pudo, de escribir con un estilo claro, sencillo, crudo, genuino, franco y directo.

Su “familia” fueron tipos como él: perdedores, fracasados y marginados alcohólicos que no supieron encajar en una sociedad llena de normas y reglas, una sociedad consumista y demandante abocada a convertir al individuo en lo que el pensador germano-estadounidense Herbert Marcuse (1898-1979) llamaba un “hombre unidimensional”, un hombre sin juicio ni espíritu críticos, alienado, que piensa que sus ideas, opiniones, nociones del mundo, gustos y preferencias son suyos, y que en realidad proceden de un capitalismo sibilino y avanzado que crea en los seres humanos necesidades falsas mientras suprime las necesidades más importantes: el amor, la libertad y la capacidad en el hombre de razonar y crear libremente.

Bukowski se movió en esa sociedad capitalista que consume, explota, esclaviza, estruja, marchita al hombre y lo maldice hasta que ya no le queda más energía vital que dar. Algunas de las obras de Bukowski se llevaron al cine para deleite de sus seguidores más incondicionales.

Yo vi dos de esas películas: Barfly y Factotum. Ambas me gustaron, pero la que más se acerca al mundo de Bukowski, según creo, es Barfly, de 1987.

La película, con guion del propio Bukowski, fue dirigida por el cineasta francés Barbet Schroeder y estuvo protagonizada por Mickey Rourke y Faye Dunaway, respectivamente.

La cinta retrata la época de un relativamente joven Bukowski (en su alter ego de Henry Chinaski) en su etapa de alcoholismo en Los Ángeles.

Factótum, en cambio,es una coproducción franco-noruega de 2005 dirigida por Bent Hamer y protagonizada por Matt Dillon. Querido lector, Bukowski fue un hombre consciente de los riesgos que implicaba cada decisión que tomaba en esa sociedad capitalista y consumista y los asumió con estoicismo preclaro.

Bukowski murió como vivió: borracho y destrozado por una leucemia en la que, sin duda alguna, contribuyó su exceso de alcohol, alcohol que fue su mejor amigo como fuente de inspiración, pero también su peor enemigo como arma de destrucción. Charles Bukowski, Requiescat in pace.

Fragmento del cuento Vida en un prostíbulo de Tejas, de Charles Bukowski

Entré en el primer bar…

Estaba muy lleno para aquella hora del día. Me senté en el único taburete vacío. Bueno, no. Había dos taburetes vacíos, uno a cada lado de aquel tipo grande. Tendría unos veinticinco años, con cerca de uno noventa y unos cien kilos. Ocupé uno de los taburetes y pedí una cerveza. Me zampé la cerveza y pedí más.

Así me gusta, eso es beber, sí señor —dijo el tipo grande—. En cambio, estos maricas de aquí, se sientan y están horas con una cerveza. Me gusta cómo se comporta usted, forastero. ¿De dónde es, qué hace?

No hago nada —dije—. Y soy de California.

¿Y no tiene proyectos?

No, ninguno. Yo solo ando por ahí.

Bebí la mitad de mi segunda cerveza.

Usted me gusta, forastero —dijo el tipo grande— Confiaré en usted. Pero hablaré bajo porque, aunque soy un tipo grande, son muchos para mí.

Diga diga —dije terminando la segunda cerveza.

El tipo grande se inclinó y me dijo al oído, en un susurro:

Los téjanos apestan.

Miré alrededor. Asentí lentamente. Sí.

Cuando acabó, yo estaba debajo de una de las mesas que atendía la camarera por la noche. Salí a gatas, me limpié la boca furtivamente, vi que todos se reían y me largué…

Cuando llegué al hotel no podía entrar. Había un periódico debajo de la puerta y la puerta estaba abierta solo unos milímetros.

Eh, déjeme pasar —dije.

¿Quién es usted? —preguntó el tipo.

Estoy en la ciento dos. Pagué por una semana. Me llamo Bukowski.

Usted no lleva botas, ¿verdad?

¿Botas? ¿Cómo dice?

Rangers.

¿Rangers? ¿Qué es eso?

Pase pase —dijo…

No llevaba diez minutos en mi habitación, estaba en la cama con toda aquella red alrededor. Toda la cama (y era una cama grande con una especie de techo) tenía alrededor aquella red. Tiré de ella por los lados y me quedé allí tumbado con toda aquella red alrededor. Me producía una sensación bastante extraña hacer una cosa así, pero tal como iban las cosas pensé que de todos modos me sentiría extraño. Por si no bastara esto, sentí una llave en la puerta y la puerta se abrió. Esta vez era una negra baja y maciza de rostro bonachón y culo inmenso.

Y aquella amable y enorme negra se puso a colocar de nuevo la extraña red, diciendo:

Es hora de cambiar las sábanas, querido.

Pero sí llegué ayer —dije yo.

Querido, nuestro turno de cambio de sábanas no depende de ti. Venga, saca de ahí tu culito rosado y déjame hacer mi trabajo.

Bueno bueno —dije, y salté de la cama, absolutamente desnudo. No pareció asustarse.

Conseguiste una cama muy linda y muy grande, querido —me dijo—. Tienes la mejor habitación y la mejor cama de este hotel.

Debo ser un hombre de suerte.

Estiró aquellas sábanas y me enseñó todo aquel culo. Me enseñó todo aquel culo y luego se volvió y dijo:

Vale, querido, ya está hecha la cama. ¿Algo más?

Bueno, sí puedes subirme doce o quince cuartos de cerveza.

Te lo subiré. Primero dame el dinero.

Le di el dinero y pensé, en fin, hasta nunca. Eché la red alrededor decidido a dormir. Pero la negrita volvió y corrió la red y nos sentamos allí a charlar y a beber cerveza.

Háblame de ti —le dije.

Se rio y empezó a contar. Por supuesto, no había tenido una vida fácil. No sé cuánto tiempo estuvimos bebiendo. Por fin se metió en la cama y fue uno de los polvos mejores de mi vida…

“Life in a Texas Whorehouse”,
The Most Beautiful Woman in Town & Other Stories, 1983

De Ciudad Seva (cuentos)

Escribe: José Antonio Alonso Navarro | Doctor en Filología Inglesa por la Universidad de La Coruña (España) – Crítico literario de La Tribuna