Meritorios y anónimos bomberos para extinguir focos de incendio literario

Por Pedro Garcia Garozzo

En una nota anterior titulada “Talentos singulares lideraron LA TRIBUNA, como el gran jefe Néstor Romero Valdovinos”, recordé la robusta personalidad del genial escritor y periodista quien fue mi primer jefe en la sección Deportes de este querido diario.

Ahora quiero evocar, recordando aquel gran plantel de la vieja TRIBUNA, no solo a un jefe sino a todo un ejército de celosos soldados guardianes de la pulcritud literaria de este medio, que eran los primeros que leían todas las páginas del diario de punta a punta y ahí donde podía haber un foco de incendio apagaban prestamente el error ortográfico o la incoherencia de un dato equivocado y hacían que la crónica llegue al destinatario final, el lector, de la forma más correcta. Revisaban con cuidado todo, títulos, artículos, hasta avisos comerciales, desde la tapa (como la histórica que reproducimos en esta nota, hasta la ultima pagina, destinada a deportes). Los de mi sección, solían risueñamente señalar que el diario se comenzaba a leer de atrás hacia adelante, por la gran afición del lector paraguayo por el futbol y otras modalidades del músculo.

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Eran verdaderos señores: geniales, instruidos, atentos, puntillosos. Despues, en otra redacción conocí a dos correctores más que podrán figurar junto a todos y cada uno de los de LA TRIBUNA, en la selección de los mejores: Natalio Goldenberg (que sobrevive) y Nestor Ramos Alvelo (ya fallecido), ambos argentinos..

Estos grandes compañeros, que jamás firmaban un articulo para que se los conozca, que hacían una ciclópea tarea de paciente lectura evaluativa, prácticamente anónima, estaban encabezados por Guido Gonzalez Ravetti, que lideraba el formidable equipo infundiendo respeto por su rectitud y hombría de bien (era eterno secretario de la Facultad de Medicina de la UNA de intachable correción). Formó un grupo homogéneo e idóneo, pese a la heterogeneidad de sus integrantes en cuanto especialmente a edad y carácter. Horacio Schmidt era uno de los dos más jovenes. Recuerdo como todos los compañeros se preocuparon y solidarizaron cuando tuvo un accidente con su motocicleta del que felizmente se recuperó muy bien y rápido. Ya no supe más de él. Felipe Arrom, era el otro de menor edad, a quien conocimos primero como buen basquetbolista del Olimpia (que había que ser bueno para jugar en ese equipazo en primera división): Compartia el trabajo en el diario con los estudios en la Facultad de Derecho y hoy es idóneo escribano público. El más veterano aparte del jefe era el “Paí” Rafael Silva, que había dejado los hábitos para abrazar la carrera de docente y corrector competente.

Ni tan entrado en años ni tan joven como los arriba citados estaba Eduardo Schaerer, emparentado con los directores de la empresa en aquel tiempo.

El más bohemio de todos era Hugo Enciso, el popular “Napo”, que como ciudadano de la noche era el encargado del ultimo turno que le venia como anillo al dedo por su carácter de trasnochador empedernido. Y como tal, tenia que soportar la presión de la gente del taller y a veces hasta del mismo director que apuraba la tarea para que el diario salga cuanto antes, para llegar a las bocas de distribución en horario apropiado.

El carácter jovial y descontraido de “Napo” era ideal para aguantar el trabajo en ese complejo horario, sin que le afecten los desesperados requerimientos de quienes soportaban el estrés de trabajar contra reloj. El leia con detenimiento (no sea que se le escapara alguna grosería gramatical que atentara contra la regla de oro de la concordancia de número y género), ignorando el apuro generalizado.

Una noche que el nerviosismo y la ansiedad por el cierre habían llegado a su pico, el director Carlos Ruiz Apezteguia bajó al taller para cerciorarse de como avanzaba el cierre. Al verlo, Napo, que terminaba de leer una prueba de página, se levantó para llevarla al encargado de taller, al tiempo que “Ayura” (como le llamaban al “direc” por su prominente cuello) le requirió: “Vamos Napo, vamos….. mas ritmo Napo, más ritmo”.

Napo estampó su firma en la hoja tamaño sábana aprobándola y tomándola con ambas manos la llevó abanicándola al ritmo de la música que empezó a tarerar, entonando el tema de moda de la época: “Cha cha cha, que rico cha cha cha, vacilón que rico vacilón”