El Chaco paraguayo volvió a ocupar titulares, esta vez por las graves inundaciones que aislaron comunidades, afectaron a la ganadería y dejaron caminos intransitables. Esa vasta región, tan cara al sentimiento nacional, por la que miles de compatriotas derramaron su sangre en la historia, sigue siendo una de las zonas más olvidadas del país, víctima de la desidia y, cuando no, de la corrupción de sus autoridades locales, que han dilapidado recursos millonarios que debieron invertirse en infraestructura y desarrollo.
El Chaco tiene esa rara y dolorosa contradicción: es, al mismo tiempo, un territorio hostil y generoso, rico en recursos pero frágil en su ecosistema. A lo largo de los años, ha sido noticia siempre por situaciones extremas: sequías prolongadas, olas de calor, incendios forestales, o como ahora, inundaciones devastadoras. Pero lo que no ha cambiado es la ausencia de soluciones de fondo. Las ciudades aisladas, las familias esperando asistencia, los caminos que desaparecen bajo el agua o el barro, no pueden seguir siendo parte de la postal chaqueña.
Hoy existen proyectos que prometen cambiar esa realidad: la construcción del gran hospital del Chaco, el corredor bioceánico, rutas, puentes, y otras obras claves. Sin embargo, estas inversiones, necesarias y largamente esperadas, no bastarán si no se acompañan de una mirada estratégica y responsable. Porque debemos ser honestos: el abandono que ha sufrido el Chaco durante décadas también ha permitido, en cierta forma, que parte de sus riquezas naturales se mantengan intactas. Explotarlas ahora, sin racionalidad ni planificación, sería catastrófico para uno de los ecosistemas más frágiles y valiosos del país.
El desafío es claro: avanzar hacia un desarrollo que combine infraestructura y conectividad, que saque definitivamente de la historia las imágenes de ciudades y poblaciones aisladas, pero al mismo tiempo garantice la protección del medioambiente. No se trata solo de construir caminos, sino de pensar cómo queremos que ese desarrollo se inserte en una región donde la diversidad cultural, especialmente la de los pueblos indígenas, y la biodiversidad son tesoros invaluables.
El Chaco no puede seguir siendo la periferia olvidada del Paraguay. Es hora de asumirlo como parte central de un proyecto de país, donde la inversión no se limite a reaccionar a las emergencias, sino que apueste por la resiliencia, la inclusión y la sostenibilidad. Mirar al Chaco con responsabilidad es, en definitiva, saldar una deuda histórica y construir un futuro en el que ninguna región del Paraguay quede atrás.