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viernes, 2 de mayo de 2025
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Monseñor Ricardo Valenzuela recuerda al Papa Francisco

El impacto de la noticia fue inmediato y profundo. Apenas despuntó el día, la Iglesia paraguaya se estremeció con la confirmación del fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, quien asumió el resto de su vida como el Papa Francisco, una figura que, para muchos, representó no solo al líder de la Iglesia Católica, sino al pastor cercano, al hombre profundamente humano que colocó la dignidad en el centro de su mensaje.

El obispo de Caacupé, Monseñor Ricardo Valenzuela, aún con la emoción evidente en la voz, compartió sus palabras de despedida en los micrófonos de la 680 AM, ofreciendo un testimonio que no solo conmovió, sino que también reveló la dimensión íntima del vínculo entre el Santo Padre y sus pastores.

El fallecimiento del papa Bergoglio

La sorpresa por la noticia no fue menor para Monseñor Valenzuela, quien había compartido un emotivo encuentro con el Papa apenas dos meses atrás, en el marco de una visita junto a otros comunicadores. Rememoró aquel momento con la calidez de quien se despide de un amigo, al que vio pleno de energía, dispuesto a escuchar, a hablar desde el corazón sin necesidad de discursos escritos. Aquella visita, cargada de gestos auténticos, pareció contradecir cualquier presagio de un final tan cercano. “Parecía que se encontraba bien”, dijo, aún sin comprender del todo la rapidez con que se apagó su vida terrenal.

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Al describir al Papa Francisco, Monseñor Valenzuela hizo énfasis en su estilo directo, sencillo y profundamente humano, alejado de la rigidez tradicional. Si bien ya hacía su tarea cuando era el Cardenal Bergoglio, este se convirtió en el primer Papa latinoamericano, y eso, dijo, marcó una diferencia evidente: cercanía con el pueblo, espontaneidad y un compromiso inquebrantable con los olvidados. No dudó en calificarlo como el pontífice que devolvió humanidad al papado, alguien que optó por hablar con el corazón, sin papeles que limiten el alma, y que instauró una forma nueva de ejercer el poder pastoral: escuchando antes que sancionando.

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Sus prioridades

Una de sus decisiones más representativas fue dar prioridad a los márgenes del mundo. Desde su primera visita a Lampedusa —a donde viajó tras pedir prestado un teléfono a un guardia suizo—, el Papa dejó claro que quería vivir su fe en contacto con los descartados, con aquellos que la civilización olvidó, con quienes se abrigan bajo la fragilidad de la vida. Esa opción preferencial por los excluidos no fue eslogan, sino praxis constante. Visitó los países más pobres, sostuvo la voz de los oprimidos, denunció la guerra, reclamó paz y dignidad para todos. “Luchaba mucho por la dignidad humana”, recordó el obispo paraguayo conmovido.

En su reflexión, Monseñor Valenzuela también mencionó que, incluso en su estado de convalecencia, el Papa no dejó de trabajar. Fue un hombre incansable, que no admitía pausas ni reposos, a pesar de las recomendaciones médicas. Aún desde la cama de un hospital, buscaba maneras de comunicarse, de seguir presente, de seguir guiando. Se resistía a alejarse de su pueblo. Aun en sus últimas horas, se asomó al balcón con su sotana blanca para impartir la bendición pascual, un gesto que, en retrospectiva, pareció un adiós consciente.

La terquedad amorosa por la vida

Monseñor se refirió a esa terquedad amorosa por la vida y por su rebaño aceleró su final, pero también le dio sentido a cada uno de sus días como pastor universal. Su último suspiro fue fiel reflejo de su vida: compartida, abierta, sensible. Para Valenzuela, esa coherencia existencial fue el mayor legado. Recordó cómo el Papa Francisco instó a la Iglesia a tener como prioridad la dimensión humana antes que la doctrinal, exhortando a atender primero al hombre y luego a su situación religiosa. “La Iglesia es maestra de humanidades”, reiteraba Francisco, y a ese principio se aferró con firmeza hasta su último día.

Cada gesto suyo estuvo cargado de humanidad. Una caricia a un niño, un beso a un enfermo, una palabra a los que ya nadie escuchaba. El Papa fue, según Valenzuela, un verdadero ser humano, profundamente comprometido con la vida y con el amor al prójimo. No hubo teoría sin acción, ni discurso sin consecuencia. Su vida, corta en pontificado pero profunda en huella, queda como modelo para una Iglesia que hoy más que nunca necesita recordar que, en su origen, estuvo la misericordia.

En esta Pascua de Resurrección, el pueblo de Dios no solo celebra el misterio central de su fe, sino también eleva oraciones por el eterno descanso de un hombre que intentó con todas sus fuerzas humanizar a la Iglesia desde el corazón del Vaticano. Francisco partió, pero su legado resuena. La voz de Monseñor Valenzuela así lo confirmó: nos queda un ejemplo, nos queda un testimonio, nos queda una esperanza viva.

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Editorial

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