“Transformación educativa” que más bien aparenta ser artimaña para trastrocar valores

Transformar no es lo mismo que trastrocar. Al menos, si recurrimos al concepto que da la Real Academia Española (RAE) a ambos verbos, no son lo mismo. Y mucho menos debería ser lo mismo si aplicáramos el primer verbo a la educación.

El Ministerio de Educación y Cultura (MEC), por impulso del gobierno de Mario Abdo Benítez, lidera un proceso de “transformación educativa” que está recogiendo a su paso innumerables críticas de diversos sectores, especialmente padres de familia y docentes, respecto tanto a los fines y objetivos, a sus componentes y propuestas, como al mecanismo escogido para su aprobación.

Procedimientos poco participativos, mecanismos y reuniones que son más bien pantallas para disfrazar y legitimar un documento previamente consensuado entre cuatro paredes, terminología y conceptos educativos que lejos están de reflejar consensos ni respeto a la idiosincrasia local, insistencia en pretensiones de neutralizar el involucramiento de padres y docentes, grandilocuentes “asambleas” en las que la representatividad de grupos o sectores no refleja igualdad ni proporcionalidad, distorsiones semánticas y conceptuales que avivan la sospecha de la influencia foránea e ideológica inserta en un terreno vital como son la educación y la cultura, disposiciones y enunciados que contradicen o relativizan valores, principios y normas de la propia Constitución. Este apenas es un listado de las múltiples acusaciones y críticas que fueron proferidas desde sectores que no son los “oficiales” del gobierno ni sus aliados y que, sin embargo, no son tenidos en cuenta en un proceso que solo parece apuntar a “cumplir el objetivo” de hacer aprobar el plan para satisfacción de los burócratas envueltos, sus jefes y los financistas del mismo.

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Tal es la tirria que causa en autoridades y burócratas el recibir críticas que las respuestas han rayado en la retórica histérica de parte del MEC, cuando lo que debiera haber es un debate racional y conceptual, respetuoso y abierto. El ministro ha dado un ejemplo palpable de su incapacidad para atender las observaciones y dejó sentado su poca preparación no solo para liderar un proceso así sino tan solo para ocupar el cargo que el gobierno de Mario Abdo Benitez le ha confiado.

No hay duda de que nuestro sistema educativo debe ser fortalecido, pero ello no puede ser hecho en base a la abdicación de los valores humanos genuinos y la cultura nacional. Y tampoco podrá haber mejor educación con exclusión de protagonistas esenciales de ella como la familia y los docentes.

Transformación educativa es un término ambicioso que se está demonizando en nuestro país no por efecto de espejismos conspiranoicos, como pretenden algunos burócratas, sino por la propia orfandad de espíritu democrático y sustento racional  de los que hacen gala esos mismos burócratas con sus descalificaciones a grupos de padres o docentes que no son sumisos a sus propósitos y discursos.

Transformar, según la RAE, es “hacer cambiar de forma a alguien o algo”, es decir, no tocar la esencia sino intervenir en la forma, para cambiar ese “algo”. Sin embargo, por lo que se ha comentado desde los sectores críticos, incluido una serie de profundas reflexiones que hiciera el respetado educador y sacerdote Padre Jesús Montero Tirado (y que no tuvieron un ápice de respuesta racional de parte del MEC), lo que se está advirtiendo es la intención de trastrocar la educación.

Trastrocar, según la RAE, es “mudar el ser o estado de algo, dándole otro diferente del que tenía”.

Sería lamentable que bajo la consigna de la “transformación”, en realidad este proceso apunte a trastrocar la educación paraguaya, trastrocar los valores, trastrocar la cultura, es decir, sustituir sus esencias y sentidos. Eso sería una traición a la identidad paraguaya misma, a su tradición, a su riqueza como expresión cultural propia y peculiar.

Y eso parece estar escondiendo este proceso plagado de irregularidades, sospechas y para colmo, sostenido en gran parte con financiación extranjera asociada al impulso de modelos culturales contrarios y confrontados con nuestros valores. De esta manera, la colonización del Siglo 16 podría estar gestándose hoy lamentablemente en una nueva edición de imposición cultural hegemónica. Y eso no es lo que queremos ni deberíamos permitir que ocurra para nuestro Paraguay. Al menos, no los verdaderos patriotas.