Viernes de dolor, pero lleno de amor y perdón

El Viernes Santo es para la feligresía católica el recuerdo de la crucifixión de Jesús en el Monte Calvario. Los cristianos lo toman como la mayor expresión de amor y que allí el hijo de Dios entregó su vida por los pecados. Respetando todas las religiones, incluso a los ateos, el impacto de tal suceso sigue conmoviendo a más de dos mil años de dicho acontecimiento, y decir que ese amor y perdón – posiblemente- sean la base para mejorar la vida en el conmocionado mundo actual.

Todo el sufrimiento, según las Sagrada Escritura, fue porque Jesús se declaró hijo de Dios, instaló el amor, el perdón, dejando a la vez en claro el mensaje de dar a «Dios lo que es de Dios, y a César lo que es de César». En aquél tiempo, ni sus propios seguidores lo entendieron. Hoy, posiblemente, poca gente comprenda su presencia, mensaje y opción de ser en el espacio terrenal.

Hablamos de un inocente condenado a la muerte. Despojado de todas sus ropas. Fue agredido con latigazos, piedras y le hicieron cargar su propia cruz, y crucificado junto a dos ladrones. En medio de tanto dolor y sufrimiento, exclamó: «Dios, perdónalos, no saben lo que hacen». La pregunta es, ¿somos capaces de dar ese amor y perdón?. Una pregunta, tal vez fuera de contexto, pero que en el horizonte es clave para intentar enderezar un mundo con mucho odio, rencor, encono y con violencia excesiva.

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 Si eso fuera por la política, las acciones sociales, las columnas de opinión, los títulos de portadas, las reacciones públicas, la vida nacional tendría un devenir más auspicioso. Sin pretender caer en el dogmatismo, la simple religiosidad o el fanatismo, suena a sabiduría reflexionar sobre el amor y el perdón que deja el Viernes Santo para vivir una mejor sociedad.