El caso de María Fernanda Benítez, la joven hallada calcinada en Coronel Oviedo, dejó muchas preguntas abiertas. Entre ellas, el rol de los padres del principal sospechoso.
¿Qué pasa por la mente de quienes eligen callar, esconder o justificar? La psicóloga Noelia Castillo analiza las raíces emocionales del encubrimiento familiar, el peso del vínculo y los dilemas éticos que enfrentan los progenitores.
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Negación, racionalización y otros mecanismos de defensa
El impulso que suele aparecer ante un crimen cometido por un hijo es la negación. “El cerebro entra en shock y dice: esto no puede ser. Entonces niega lo evidente como una forma de protegerse del dolor emocional que representa aceptar esa realidad”.
La racionalización es otra herramienta frecuente. “Aparecen frases como ‘no fue su culpa’, ‘algo le habrán hecho’, o ‘actuó en defensa propia’. Es una manera de justificar lo injustificable, porque admitir la verdad significaría aceptar que ese hijo que criaron es capaz de hacer daño.”
La psicóloga también menciona la disociación afectiva. “Algunos padres se desconectan emocionalmente del hecho. Actúan de forma fría o evasiva, no porque no les importe, sino porque es su modo de sobrellevar la gravedad.”
¿Por qué los padres encubren crímenes de sus hijos?
“Existe un instinto muy profundo de protección hacia los hijos, que no desaparece con la edad. Es biológico y emocional. Sin embargo, cuando ese impulso sobrepasa los límites legales y éticos, deja de ser protección y se convierte en complicidad”, explica Castillo.
La experta sostiene que muchos padres no distinguen entre acompañar y encubrir. “Acompañar es estar, contener, buscar ayuda, incluso si eso implica que el hijo vaya preso. Encubrir es mentir, ocultar pruebas, distraer la atención o justificar lo injustificable. Es una línea muy delgada, pero cuando se cruza, el daño es mayor.”
Amor patológico: entre la protección y la complicidad
Uno de los conceptos más fuertes que plantea la psicóloga es el del “amor patológico”, que se manifiesta cuando los padres anteponen el vínculo al bien común o a la verdad.
La profesional enfatiza que el amor verdadero implica enseñar consecuencias y establecer límites, aunque resulten dolorosos. Además, señala que encubrir un crimen no solo afecta a la víctima, sino que también impide que el hijo asuma su responsabilidad y tenga la oportunidad de cambiar.
El silencio como carga emocional
Encubrir un crimen no queda sin efectos psicológicos. La especialista afirma que el silencio se convierte en una carga emocional cada vez más pesada.
También menciona el fenómeno del colapso emocional tardío. “Algunas madres o padres se sostienen en el silencio durante días, semanas o incluso meses, hasta que un detonante los quiebra: una noticia, un comentario, una mirada. Entonces todo lo contenido sale a la luz, muchas veces de forma abrupta.”
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La presión del entorno y el miedo al juicio social
Otro factor relevante es el contexto social. En comunidades donde se prioriza la imagen familiar, el “honor” o la reputación, los padres pueden sentirse obligados a mantener el silencio.
Analiza también que existe un miedo real al juicio externo, como lo que puedan pensar los vecinos, la iglesia o la familia. Este temor influye en las decisiones que toman los padres, especialmente en contextos conservadores donde se espera que la familia funcione de manera perfecta.
En esos casos, el encubrimiento responde tanto al vínculo afectivo como a una presión externa. “No solo quieren proteger al hijo, también quieren protegerse a sí mismos del señalamiento y de la vergüenza.”
Señales que pueden alertar sobre encubrimiento
- Cambios bruscos de actitud
- Contradicciones en los relatos
- Silencios forzados
- Respuestas evasivas
- Sobreprotección excesiva
- Falta de empatía con la víctima
La ausencia de duelo también es una señal importante. Cuando un crimen ocurre y los familiares del autor no muestran tristeza. La negación se convierte en un muro que bloquea cualquier expresión genuina de arrepentimiento o dolor.
¿Se puede amar y entregar a un hijo?
Una de las frases más contundentes de la entrevista con Castillo resume su mirada sobre este dilema ético: “Un padre puede amar y entregar a su hijo a la justicia. Esa es la forma más valiente de amor.”
Para la psicóloga, asumir consecuencias no destruye el vínculo, sino que lo fortalece con base en la verdad. “Cuando un padre entrega a su hijo no lo está abandonando, lo está acompañando desde otro lugar: desde el compromiso con la justicia, la sociedad y la posibilidad de redención.”
¿El aumento de penas para menores infractores es la solución?
La psicóloga destaca que el cerebro adolescente aún está en desarrollo, especialmente la corteza prefrontal, responsable del juicio moral, la autorregulación y la toma de decisiones.
es limitada en comparación con los adultos.
Desde su perspectiva profesional, la justicia juvenil debe considerar no solo el delito cometido, sino también el desarrollo neurológico, el contexto social y la posibilidad de rehabilitación.
Advierte que aumentar penas no reduce la delincuencia juvenil, sino que puede agravar la sobrepoblación carcelaria y perpetuar ciclos de violencia, además de contravenir normas internacionales de protección a la niñez.
La psicóloga resalta que abordar estos casos exige un enfoque integral que trascienda el castigo, priorizando la prevención y el acompañamiento familiar. Solo así se podrá romper el ciclo de violencia y construir una justicia más humana y efectiva.
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