Hoy en día, las informaciones vuelan gracias a internet. En pocos minutos, una noticia pasa del escritorio del periodista hasta la página web del medio en que trabaja. En los años del periodismo impreso todo era más lento. Sobre esto conversamos con Luis Aranda, operador de la linotipia de la antigua La Tribuna. ¿Qué es eso? Veamos.
Luis Aranda llega a la redacción de La Tribuna elegantemente trajeado. Se mueve con soltura y habla con fluidez y claridad. Nadie pensaría que tiene más de noventa, aparenta veinte años menos.
Mira sorprendido porque la actual redacción no es igual a la que había conocido a mediados del siglo pasado. Mientras aquella era ruidosa y desordenada, esta es silenciosa y vacía.
Pero está contento porque aquel diario donde había sido feliz durante tantos años está de regreso. «Solo saber que existe nuevamente La Tribuna es toda una alegría», remarca.
A don Luis le cuesta entender cómo se puede leer el diario hoy en día. Le muestro en mi teléfono la versión para smartphone y su nieto le explica que le puede poner el diario en su televisor.
Entonces, él pregunta en qué canal se sintoniza La Tribuna, y el joven le intenta explicar que es una página web y no un canal de cable, pero que no se preocupe que él le pondrá en la pantalla para que pueda leerlo.
Mientras que actualmente es necesario un programa para poner la información en línea, en aquel entonces, el joven Luis Aranda debía introducir el texto de las cuartillas de prensa en una linotipia. Era solo uno de los primeros procesos por los cuales debía pasar una información hasta llegar impresa al lector.
Don Luis trabajó en La Tribuna de 1948 a 1975. Era linotipista, es decir, que operaba una máquina que componía los textos que irían a impresión.
¿Qué era la linotipia y cómo funcionaba?
La linotipia era una máquina que funcionaba como una máquina de escribir, pero que en vez de imprimir letras, cada tecla activaba una matriz de una letra que se alineaba para formar las oraciones. Luego estas líneas de matrices se rellenaban con plomo fundido, creando una pieza sólida de tipos que se utilizaban para imprimir.
La linotipia se utilizaba en los tiempos de las impresoras con los moldes de plomo, antes de la existencia del offset que en los años setenta revolucionaría el periodismo.
«Yo tenía que copiar todo lo que me traían, ya sea noticias o avisos. Me llegaba la página mecanografiada por el periodista y yo copiaba el texto. Los que estábamos en la imprenta no podíamos abandonar el diario mientras no se cerraba la página. La información tenía que pasar por corrección y luego llegar hasta nosotros. Había mucho trabajo por hacer hasta que la noticia llegaba hasta la rotativa. Nosotros debíamos esperar hasta que entre la última página a la rotativa y allí recién podíamos dejar el diario. Una vez, Víctor Manuel Pecci competía afuera y su papá se quedó en el diario esperando saber el resultado del partido. Se quedó con nosotros hasta las 3 de la mañana. El tenista habría tenido unos 17 años, por ahí nomás y ya era muy famoso», recuerda Luis Aranda que hoy tiene 92 años.
«Yo armaba la noticia para ajustarla a la página según el diagrama fijado por el diagramador. Esta máquina tenía las letras grandes, medianas y chicas. Yo la manejaba de noche ya.
Entraba a las 6 de la tarde y me quedaba hasta el final, hacia la medianoche, aunque algunas veces nos quedábamos hasta la madrugada, según la urgencia de la noticia. Hacía los titulares y luego las informaciones. También con esa máquina se armaban los avisos comerciales», nos cuenta Aranda mientras mira una foto en la que aparece muy joven operando la linotipia.
Luis Aranda: testigo del oficio periodístico en tiempos difíciles
Don Luis ingresó al diario en octubre de 1948, a los 14 años. «Nací en Quiindy. Vine a Asunción en 1947, al final de la revolución. Una tía asuncena me trajo a la capital. Su esposo tenía una talabartería en Chile c/ Piribebuy y allí primero estuve, luego otro tío mío, esposo de la hermana de mamá, y que era jefe de talleres de La Tribuna, me llevó al diario. Se llamaba Gregorio Martínez y él prácticamente se crio con los Schaerer. Así comencé. Seis meses después me dijo que me vaya junto a un tal señor Cáceres que era el administrador y allí ya quedé como empleado fijo del diario».
En aquel entonces, La Tribuna estaba al mando de Arturo Schaerer, hijo de Eduardo Schaerer, fundador del diario en 1925.
«Recuerdo que el jefe de redacción era Anibal Rafael Arguello, pero después tuvo que huir del país, parece que era medio izquierdista, pero era un buen periodista. En su reemplazo ingresó Victor Carugati, un buen señor también».
Aranda vivió una gran cantidad de situaciones siendo empleado del diario. En aquella época, las noticias internacionales no llegaban tan rápido como ahora. Recuerda especialmente un partido de fútbol de la selección paraguaya que se jugó en Brasil y cuyo resultado recién se pudo obtener hacia las 3 de la madrugada. La noticia llegaba por telégrafo.
Había un periodista especializado en clave morse para descifrar la noticia. Después de varios años se instalaron los teletipos que constituyeron un gran cambio.
«Venancio Rivas estaba a cargo del telégrafo. Yo lo recuerdo con mucha estima porque cuando nació mi hijo mayor, escribió unas lindas palabras para él. Yo llevé a mi señora a un sanatorio cuando entró en trabajo de parto, y tuve que ir al diario como cada noche. Pero muy temprano fui a verla y le llevé flores, con la dedicatoria que escribió Venancio especialmente para mi hijo».
La huelga de 1958 y la noche que Aranda salvó el diario
Pero la experiencia más estresante que Aranda vivió en La Tribuna fue cuando tuvo que armar el diario solo, durante la huelga de agosto de 1958.
Fue un paro general que convocó la Confederación Paraguaya de Trabajadores contra el gobierno de Alfredo Stroessner en respuesta a la represión estatal y en reclamos de mejoras salariales. La CPT estaba a cargo de simpatizantes de Epifanio Méndez Fleitas, quien pertenecía al ala civilista del partido colorado y ya estaba exiliado en Buenos Aires en ese entonces.
«Era una huelga diferente a como sería hoy. Uno se escondía nomás. No había marchas ni nada de eso. Yo era soltero y faltaba unas semanas para casarme. Tenía 24 años. Vivía cerca del Mercado 4 y hasta mi casa llegó Gregorio Herrera que era el jefe del taller diario en ese momento. Me dijo que todos los muchachos ya estaban trabajando en el diario. Yo consulté con mamá si debía irme y me dijo que sí. Entonces, llegué al diario a eso de las 9 y no encontré a nadie. Herrera me mintió nomás».
«Don Arturo Schaerer no quería traer operarios reemplazantes, provenientes de otras imprentas, porque temía que descompongan las máquinas. Entonces, había suspendido la jornada laboral. Pero yo fui al diario y tenía que trabajar. Ya había muchos materiales que hacer. No era el único que estaba, había algunos compañeros, como Julio Artaza, un ucraniano y algunos ayudantes, aprendices. Pero apenas llegué ya me puse a trabajar. A trabajar, a trabajar. A esa hora ya estaban los avisos comerciales que había que preparar, y luego ya vinieron las noticias. No podía trabajar con la rapidez requerida porque la máquina ya había sido maltratada, pero funcionaba. Pasamos toda la noche en la imprenta y recién a las 9 de la mañana se cerró va’i va’i la edición y salió el diario. Trabajé 24 horas. Arturo Schaerer me hizo un regalo especial por la dedicación al trabajo, que me entregó un mes después, en el día de mi casamiento. Y vaya casualidad, el día de mi boda también fue una jornada larga. Era un sábado. Dejé el diario a las seis de la mañana y ya ni me fui a dormir. Fui a casa a prepararme porque esa mañana nos casábamos en el Registro Civil. Por haber trabajado el día de la huelga, me amenazaron que me iban a apedrear afuera de la iglesia, pero era una mentira. No hubo nada».
En 27 años de trabajo, don Luis conoció a varias generaciones de periodistas que hicieron carrera en las letras nacionales.
«Entre los redactores recuerdo a José Antonio Bianchi, Maneco Galeano, Pedro García hijo, que era una eminencia siendo aún mita’i. Tenía 16 años y ya relataba en portugués un partido entre Paraguay y Brasil. Su papá fue uno de los grandes periodistas deportivos. En aquellos años no había tantos cronistas pero conocí a muchos. Recuerdo, por ejemplo, a Artemio Vera, que reemplazó a Carugati en la jefatura de redacción. Carlos Ruiz Apezteguía fue el administrador en los últimos años. Uno que prácticamente se crió en el diario fue Domingo Benítez; Fernando Cazenave, aparte de un gran periodista era una buenísima persona, Sindulfo Martinez era muy ágil con la máquina de escribir además de un gran periodista; Pedro Justino Machi, Félix María Cáceres, periodistas de alto vuelo; Raúl De Laforet era un bromista nato; José Luis Appleyard escribía en guaraní y era un caso serio pasar sus textos en la linotipia. Guido González era corrector y Jesús Ruiz Nestosa era un periodista valé».
«Hace poco falleció alguien que ingresó al diario como corrector. Eran dos hermanos de origen danés. En aquella época había que rendir examen para ser corrector y tuvieron muy buena puntuación. Después uno de ellos sobresalió como periodista: Cristian Nielsen. Una buenísima persona. Sencillo y humilde».
«En fin, vivimos tantas cosas en La Tribuna. Tuve la felicidad de estar en este trabajo, para mí era como estar en casa. Ah, recuerdo también cuando el hombre llegó a la Luna. Salimos todos a la calle, fue una gran alegría pero me parece que fue todo en vano. No sé trajo nada bueno de eso» comenta con una sonrisa Luis Aranda.
LEA TAMBIÉN: El Paraguayo Independiente: Historia, Independencia del Paraguay y Conflicto con Rosas..